Guardó silencio durante un buen rato. Luego se levantó sin decir nada y se fue directo a la recámara. No tardó mucho en volver a salir.
Seguía cargando ese aire pesado sobre los hombros. El abuelo comentó:-
—Cuando te pregunté si lo habías pensado bien, me dijiste que sí.
Al decir esto, el abuelo ya ni ganas tenía de seguir regañando. Con resignación, soltó:
—Bueno, ya está. En este matrimonio hiciste tu parte. Hoy viniste por la identificación, ¿verdad? Pues está bien. Si ya no quieres seguir, ve a hacer los trámites. Deja de atarte a esto, y deja libre a Ariel también.
Mientras hablaba, el abuelo le entregó la identificación a Johana.
Él no usaba internet, así que no estaba enterado de las noticias digitales, pero de los problemas de Ariel sí había escuchado bastante.
Si de plano no podían querer a su nieta, pues ni modo.
En su familia nadie obligaba a nadie.
Al ver la identificación que su abuelo le entregaba, a Johana se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Abuelo, perdón.
La relación entre ella y Ariel, además de volverla el hazmerreír, también había puesto a su abuelo en una situación incómoda.
El abuelo puso la identificación en sus manos y se sentó, diciendo:
—No tienes nada que lamentar con nadie. Mientras no te traiciones a ti misma, con eso basta.
Johana asintió, apretando la identificación entre las manos.
Sentía un nudo en la garganta, aunque no sabía exactamente por qué.
Pasaban de las nueve.
Al salir de la casa con la identificación en la mano, Johana le mandó dos mensajes de WhatsApp a Marisela.
Una foto y una frase:
[Marisela, ya tengo la identificación.]
Marisela respondió con un audio de sesenta segundos, dándole consejos para lo que venía después.
...
En un bar, Ariel estaba tomando con Raúl y Noé.
Luces de colores, música a todo volumen, ambiente de fiesta.
La vida de Ariel era mucho más vibrante que la de Johana.
Varias chicas se le acercaban queriendo agradarle, pero Ariel ni les hacía caso.
Raúl, con su aire desenfadado, recostado en el sofá, miró a Ariel sin mucha prisa y comentó:
—Me enteré que Joha te pidió el divorcio, ¿cierto?
Ariel tomó el cigarro y el encendedor que había en la mesa y se encendió uno.
El humo salía de su boca con naturalidad, mientras le daba un golpecito a la ceniza y respondía con una sonrisa:
—Veo que tienes buenos informantes. ¿Ahora andas averiguando cosas para Marisela o qué?
Raúl, viendo la actitud de Ariel, le aconsejó:
—Bájale tantito, Joha ha aguantado mucho como tu esposa. Tú diviértete, pero de vez en cuando deberías buscarla y tratarla bien.
—¿Tratarla bien? —Ariel soltó una carcajada.
Seguía fumando, y hasta el humo parecía cargado de burla.
—Tengo que irme, salió algo.
Raúl apenas se incorporó, levantando las cejas:
—¿Ya te vas? Si apenas íbamos empezando…
Ariel ni se molestó en contestar. Les dio la espalda y se fue.
Manejando su carro, dejó el bar con la ventana del conductor abierta.
Con la mano derecha en el volante y la izquierda sujetando un cigarro, apoyó el brazo en la ventanilla. El estéreo reproducía Five Hundred Miles.
Todavía no entendía cómo alguien como Johana había logrado cautivar a toda la familia Paredes.
En aquel entonces… él también había perdido la cabeza cuando aceptó casarse.
Dio una calada al cigarro y dejó que el humo se desvaneciera por la ventana.
Pocas luces en la calle. Aventó el cigarro casi entero y pisó el acelerador, dejando que el carro ganara velocidad.
...
En la recámara matrimonial.
Johana salió del baño con varios frascos de gel y cremas en los brazos. Justo cuando iba a abrir la puerta, alguien la empujó desde fuera.
Johana levantó la vista.
Se quedó pasmada.
¡Ariel!
¿Qué hacía él ahí?
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