La actitud del abuelo y la abuela no pasó desapercibida para Johana, que de inmediato volteó a ver a Ariel.
Tal como lo había sospechado.
Los abuelos estaban molestos por el asunto.
El abuelo, sin decir más, levantó su bastón y le soltó dos buenos golpes a Ariel, haciendo que Johana se sobresaltara.
Hacía mucho que no veía a Ariel recibir una paliza.
Ariel, encorvándose un poco, se sacudió el pantalón con desgano y comentó como si nada:
—Abuelo, ¿ya viste la edad que tienes? ¿No deberías mantener la calma? No porque allá afuera se arme un escándalo, aquí en casa todos tenemos que perder la cabeza.
Apenas terminó de hablar, la voz de Adela llegó desde el comedor:
—¡Joha, ya regresaste! Apúrate y ven a cenar.
Mientras decía esto, Adela también gritó un par de veces hacia el piso de arriba, llamando a Marisela para que bajara a comer.
Por la actitud de Adela, parecía que el asunto de las acciones ni la preocupaba. Seguía igual que siempre, con esa sonrisa de oreja a oreja.
En cuestión de minutos, toda la familia ya estaba sentada alrededor de la mesa cuando la abuela retomó el tema:
—Ariel, ¿qué está pasando allá afuera? ¿Por qué hasta las acciones de la empresa andan dando tumbos?
Ariel, sentado a la izquierda de Johana, le pasó los cubiertos y le sirvió comida en el plato antes de mirar a la abuela y responderle con una sonrisa:
—Lo que aparece en internet, abuela, son chismes. No hay que tomarlos en serio, son solo cuentos para pasar el rato.
Descartó por completo los rumores, pero la abuela insistió:
—¿Y lo de antes también era puro cuento?
—¿Entonces qué más podía ser? —replicó Ariel, restándole importancia aunque todavía sentía el ardor de los bastonazos del abuelo.
Sin añadir más, Ariel sirvió un plato de sopa de cebolla y lo puso frente a Johana.
Marisela, sentada cerca, soltó un par de risitas burlonas, como diciendo que ni un ingenuo se tragaría esas excusas.
Al escuchar la risa de Marisela, la abuela volteó hacia Johana, con ese tono dulce con el que uno le habla a una niña:
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