—Acabar contigo sería tan fácil como aplastar una hormiga.
—Adelante, inténtalo. Ni aunque Sabrina me lo suplique, te perdonaré —soltó Camilo con arrogancia, claramente subestimándolo.
Matías entrecerró los ojos y atacó. Sus movimientos eran tan rápidos que parecían un borrón.
Su puño, duro como una roca, impactó en el rostro de Camilo. El dolor lo hizo retroceder unos pasos, y frunció el ceño.
Maldijo en voz baja, con una mirada furiosa.
—Maldito seas, te atreviste a golpearme.
—Tú me lo pediste —respondió Matías, impasible.
—Estás muerto —dijo Camilo, y se lanzó contra él.
La puerta de la habitación se había abierto. Sabrina, sentada cómodamente en una silla con un plato de fruta en la mano, observaba la pelea con indiferencia.
Más que una pelea, era una paliza. Matías estaba dominando por completo a Camilo.
Aunque Sabrina no era una experta, podía ver que Matías no estaba usando toda su fuerza, apenas un sesenta por ciento, y aun así, Camilo no paraba de retroceder.
La "pelea" terminó cuando Matías, de una patada, estampó a Camilo contra la pared.
Sabrina, satisfecha con el espectáculo, se acercó a él lentamente.
—Lo siento, parece que a mi empleado se le fue un poco la mano —dijo con una sonrisa—. ¿Necesitabas algo?
¿Un poco la mano?
—Ah, qué bien que no murió —respondió Sabrina con indiferencia.
No tenía intención de darle explicaciones. Sabía que no le creería, y no le veía el sentido. Que pensara lo que quisiera.
Su respuesta, tan fría e insensible, enfureció a Camilo. La fulminó con la mirada. Si no fuera por Matías, probablemente la habría golpeado.
—¡Qué cruel eres, Sabrina! Apenas llevas dos días en esta familia y ya estás atacando a tus mayores. ¿Acaso quieres apoderarte de toda la fortuna de los Guerrero?
Sabrina le devolvió la pregunta con la misma moneda.
—Yo también soy tu mayor ahora, ¿y tú te atreves a llamarme por mi nombre? ¿Acaso tú me tienes algún respeto?
***

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