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Reencarné y mi Esposo es un Coma romance Capítulo 68

—¡Vaya, Tania, qué afortunada! ¡Tu novio no solo es guapo, sino también romántico! ¡Qué envidia!

—¡Ay, tantas rosas! ¿No me das unas cuantas? —le dijo una compañera, rodeándola con el brazo en un gesto zalamero.

Sabía que eran rosas de la mejor calidad; el precio de una sola equivalía a su sueldo de un día. Si conseguía unas cuantas, podría venderlas a mitad de precio en una floristería y sacar un buen dinero.

Y donde una se atreve, las demás la siguen. Los halagos de sus compañeras hicieron que Tania se sintiera en las nubes. Levantó la barbilla con arrogancia, henchida de vanidad.

Sabrina negó con la cabeza y sonrió con frialdad. Cuanto más alto volara ahora, más dura sería la caída.

—Sabrina, ¿quieres unas? Luego te doy unas cuantas —le ofreció Tania en tono desafiante.

Sabrina se limitó a sonreír sin decir nada.

Las demás compañeras, ansiosas por conseguir más rosas, continuaron con sus halagos.

—Tani, no seas tan buena con ella. Es de las que se acuestan con cualquiera por dinero. Hablar con ella es rebajarse.

—¡Sí! Tiene manos y pies, pero prefiere vivir de los hombres.

Sabrina enarcó una ceja. ¿Así que Tania iba por ahí difamándola? ¿Vivir de los hombres? Estaba hablando de sí misma.

Tania sonrió para sus adentros y la miró con arrogancia, como si dijera: "¿Y tú crees que puedes competir conmigo?".

—Voy a firmar la entrega —dijo, dirigiéndose a los repartidores—. Con este calor, debe haber sido un fastidio traerlas. Los invito a un café.

—Gracias —dijo uno de los repartidores, y al mirar el nombre en el albarán, su expresión cambió—. Pero la destinataria es Sabrina, no Tania.

Al oír esas palabras, Tania se quedó petrificada. Su espalda se puso rígida, palideció y el bolígrafo se le cayó de la mano. ¿No eran para ella? ¡Eran para Sabrina!

Tania la fulminó con la mirada, con los ojos enrojecidos. Seguro que lo hacía a propósito para humillarla, para demostrar lo generosa que era ella y, por contraste, lo tacaña que era Tania.

Sabrina enarcó una ceja y le dedicó una sonrisa cargada de significado.

Tania, a punto de estallar de rabia, sentía el pecho subir y bajar con violencia. ¡En ese momento, deseaba matar a Sabrina!

Justo entonces, otro repartidor llegó con un ramo de girasoles y rosas champán, un arreglo sencillo que se podía comprar en cualquier floristería por doscientos o trescientos pesos, menos de lo que costaba una sola de las rosas de Sabrina.

Tania se puso verde de la rabia y apretó los puños. Rezaba para que esas flores no fueran para ella, o no podría volver a levantar la cabeza en el departamento de diseño.

Pero cuando el repartidor pronunció su nombre, su corazón se hundió.

—¿La señorita Tania, por favor? Tiene que firmar la entrega de estas flores.

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