Valentín, entre más le daba vueltas al asunto, más molesto se sentía. Era como si se le hubiera atorado una bola de algodón en el pecho, sofocándolo.
De pronto, soltó una risa burlona y, sin pensarlo, sacó su celular para marcarle a su asistente.
—Hazme el favor de investigar bien, quiero saber exactamente quién es ese tipo con el que Karina se casó así de repente. ¡A ver qué clase de cosa es!
Fátima lo miraba, sus ojos reflejaban una mezcla confusa de emociones.
—Valentín, ¿no será que… todavía no la superas? Si de verdad quieres a Karina, yo puedo apartarme. No tengo problema en dejarlos, si eso es lo que quieres.
—¿Por qué dices esas cosas? —le soltó, tomando la mano de Fátima con fuerza, la voz le temblaba entre la prisa y el enojo—. Desde que mi mamá murió, lo único que me queda hacia Karina es rencor. Si no fuera por ti, ya me habrían engañado Karina y su mamá. ¡La única que me importa eres tú!
Respiró hondo, tratando de calmarse.
—Karina… bueno, crecimos juntos, nada más. Solo la veo como una hermana, no quiero que la engañen ni que termine tomando malas decisiones.
Cuando Fátima levantó la mirada, sus ojos ya no mostraban esa burla de antes, ahora solo había ternura fingida y una paciencia casi angelical.
—Si es así, ¿qué te parece si mañana vamos a la Confederación del Río Dorado a recoger a mi mamá? Así podemos casarnos pronto, ¿te parece bien?
Valentín, sin embargo, arrugó la frente.
—No va a poder ser estos días. El señor Boris anda metiendo mano en los proyectos del Grupo Juárez, parece que piensa regresar a tomar las riendas de su familia. Eso ha puesto nerviosos a los de Grupo Lucero y la bolsa se movió feo. Tengo que enfocarme en esta guerra de negocios.
Le dirigió a Fátima una mirada apenada, tratando de tranquilizarla.
—¿Por qué no te tomas tú un par de días y la recoges? Cuando tu mamá regrese, yo mismo iré a visitarla para disculparme como se debe.
La ilusión se le apagó a Fátima en un instante y, aunque forzó una sonrisa, la tristeza se le notaba en la voz.
—Bueno… está bien.
...
Mientras tanto, Karina todavía caminaba sin rumbo fijo, aferrada de la mano de Lázaro.
Siguieron así hasta que Lázaro se detuvo de golpe.
Con su voz profunda, le habló desde arriba:
—¿Qué te parece si comemos aquí?
Karina regresó al presente y levantó la vista. Justo frente a ellos había una parrilla de carnes.
Karina se quedó en blanco. Pensó que él estaba molesto por las cosas feas que Valentín había dicho.
—No le hagas caso a lo que dijo Valentín. Yo nunca he pensado que tú eres un mantenido ni nada de ese estilo. Al contrario, eres valiente, eres un héroe para todos, y para mí también…
Se mordió el labio, la voz le temblaba.
—Y desde que nos casamos, tú nunca me has pedido dinero, siempre traes comida a la casa, mandas a tu hermano a ayudarme con las cosas pesadas… Si lo pienso bien, la que parece que vive de ti soy yo, aprovechándome de todo lo que haces…
—Tampoco estoy hablando de eso —la interrumpió Lázaro, ya perdiendo la paciencia.
Karina se quedó completamente perdida.
—Entonces… ¿qué es lo que quieres?
De repente, Lázaro se inclinó hacia ella y atrapó su muñeca con decisión.
Su mano grande y ardiente le rozaba la piel suave, provocándole un escalofrío inesperado.
Él fijó la mirada en su muñeca, que estaba vacía, y su expresión se volvió tan seria que Karina sintió que se le encogía el corazón.
—¿Y la pulsera que te regalé? ¿Tan ocupada pensando en otro que ni te acuerdas de lo que te di? ¿Por eso ya ni te la quieres poner?

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