Al día siguiente, Karina bajó media hora antes de lo habitual y salió manejando su carro, escabulléndose sin que nadie la viera. No pensaba ni tantito irse corriendo al trabajo en ese calor de sauna.
Durante toda la mañana, Karina se movió con una determinación feroz y logró resolver dos asuntos importantes.
El primero: entregó las pruebas que Sebastián le había dado directamente a la policía y se quedó a ver con sus propios ojos cómo los agentes se llevaban a Natalia, quien no podía creer lo que estaba pasando.
El segundo: ordenó al departamento legal que llamara a Gonzalo de inmediato y le dejara las cosas bien claras: o descongelaba en ese momento sus tarjetas y regresaba los treinta millones del fideicomiso, o mejor se iba preparando para recibir una orden del juzgado y ver cómo su propia hija lo enfrentaría en los tribunales.
Ya por la tarde, el sonido de un mensaje en su celular rompió el silencio.
Su tarjeta estaba habilitada otra vez. Los treinta millones que le habían quitado aparecieron de nuevo en su cuenta, como si nunca hubieran desaparecido.
Karina sonrió de lado. Antes que nada, usó ese dinero para pagar todos los sueldos atrasados de los empleados de SenTec.
Mientras todavía terminaba de verificar los pagos, no alcanzó a recuperar el aliento cuando entró una llamada.
Gonzalo, fuera de sí, le gritó por el teléfono:
—¡Eres una desagradecida! ¡Quiero que regreses a la casa en este instante! Y trae a ese mantenido que tienes de novio.
La voz de Karina salió tan seca como una ráfaga:
—Si tienes algo importante que decir, dilo de una vez. Si no, cuelgo.
—¡Tú...!
Pero Karina apagó la llamada sin dudarlo.
Por fin el mundo se quedó en silencio… aunque solo duró tres minutos.
El teléfono volvió a sonar. Esta vez era el mayordomo de la casa, hablando con voz urgente:
—Señorita, por favor regrese cuanto antes. Su tío y su tía ya llegaron, y la señora no puede con todos ellos sola…
Solo de imaginar a su madre enfrentándose sola a esa bola de sanguijuelas, a Karina le ardió la sangre. Agarró las llaves del carro y salió volando.
—Voy para allá.
Apenas sacó el carro del garaje y se incorporó a la calle, un Maybach negro se le atravesó de manera tan descarada que casi la hace frenar de golpe.
La puerta del carro se abrió y Valentín salió disparado hacia su ventana, golpeando el vidrio con desesperación.
—¡Karina, ábreme! ¡Lo de Natalia tiene una explicación!
Karina ni se inmutó. Sin mostrar la menor emoción, metió reversa y giró el volante, lista para esquivarlo y largarse.


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