El mayordomo entró corriendo y se dirigió a Karina:
—Señorita, llegó una noticia del hospital.
—El señor está bien, solo se raspó un poco la frente. El doctor dice que a lo mejor tiene una ligera conmoción, pero solo lo dejarán en observación una noche. No hay de qué preocuparse, mañana podrá regresar a casa.
Yolanda, que había estado con el alma en vilo, por fin pudo respirar tranquila.
De reojo, vio que Lázaro se acercaba y no dudó en llamarlo.
—Oiga, señor Lázaro, quiero pedirle un favor.
Lázaro se detuvo frente a ellas. Su mirada profunda se posó en Karina.
Ella le echó una mirada rápida, pero al cruzar con la suya, apartó la vista de inmediato.
—Dígame, señora —respondió él, recuperando el tono calmado de siempre.
Sin previo aviso, Yolanda tomó la mano de su hija y, bajo la mirada atónita de Karina, se la entregó con solemnidad a Lázaro, depositándola en su mano grande y firme.
—Te agradezco mucho que hayas acompañado a Kari de regreso hoy —dijo Yolanda, fijándose en las manos entrelazadas y con los ojos humedeciéndose—. Aunque su papá y esos parientes no te reconozcan, no importa. Yo sí te reconozco. Para mí, ya eres parte de la familia.
—¡Mamá! —Karina se incomodó y quiso soltar la mano de Lázaro por reflejo.
—Hazle caso a tu madre —insistió Yolanda, apretando más su mano y mirando a Lázaro con seriedad.
—Nuestra Kari es una muchacha sencilla y noble, pero la he consentido demasiado.
—Es como una flor criada en invernadero; se ve segura y bonita, pero no está preparada para las tormentas. Ella necesita a alguien con responsabilidad, alguien que no se raje, que la apoye y la proteja, que le dé seguridad.
—Creo que tú eres la persona indicada —concluyó Yolanda, con una mirada llena de esperanza y confianza—. ¿Me prometes que vas a cuidar a Kari el resto de tu vida?
A Karina le pareció demasiado y no pudo evitar interrumpir:
—¡Mamá, él y yo solo tenemos un acuerdo! ¡No digas cosas así, lo estás poniendo en un aprieto!
Pero la voz grave de Lázaro sonó justo arriba de ella:
—Sí, lo prometo.
Karina levantó la mirada, sorprendida, y se encontró con sus ojos llenos de ternura, como si la discusión de antes nunca hubiera pasado.
Lázaro sonrió y le dijo a Yolanda:
—Solo me preocupa que su hija no esté de acuerdo.
Yolanda, ahora visiblemente satisfecha, sacó a relucir el carácter autoritario de madre y le lanzó una mirada a Karina:

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