Karina asintió satisfecha, tomó su bolso y se levantó lista para irse.
—¡Karina, te me quedas ahí! —rugió Gonzalo, deteniéndola—. ¿De verdad crees que el señor Boris quiere ayudarte de corazón? Él solo tiene miedo de que haya líos con las acciones de Grupo Galaxia, no quiere complicaciones cuando llegue el momento de la compra.
—En cuanto limpie el camino, igual va a devorar Grupo Galaxia de un solo bocado. Aunque te conviertas en la mayor accionista, jamás podrás con él... y seguirás siendo la vergüenza de Grupo Galaxia.
—Si tu madre llegara a despertar y se enterara de que entregaste Grupo Galaxia a un extraño, seguro se moriría de coraje —escupió con rabia.
La mano de Karina, a su costado, se apretó de golpe.
Sabía que, en el fondo, tal vez no se equivocaba. Tener esas acciones en su poder no garantizaba que podría protegerlas por mucho tiempo.
Pero, al recuperarlas, al menos serían suyas.
Dárselas al señor Boris era mejor que dejarlas en manos de ese lobo disfrazado de padre.
Giró sobre sus talones, una sonrisa cortante deformó sus labios.
—No se preocupe, papá, ya no le toca opinar. Lo que pase con Grupo Galaxia, bueno o malo, ahora lo decido yo. Mejor cuide sus propias acciones.
Sin mirar atrás, se marchó.
Detrás de ella, la voz de Gonzalo resonó desesperada:
—¡Si nos unimos, todo cambiaría! ¡Entrégame tus acciones y te juro que salvo Grupo Galaxia!
Karina no respondió, cruzó la puerta y bajó las escaleras sin dudar.
Al sentarse en el carro, le indicó a su asistente:
—Llévame a Grupo Juárez.
Mientras el paisaje de la ciudad pasaba veloz por la ventana, sus ojos brillaron con una determinación férrea.
Tenía que hablar cara a cara con el señor Boris.
Por mínima que fuera la esperanza, debía luchar por Grupo Galaxia, por su abuelo y su madre... y por ella misma.
...
El carro se detuvo en la zona más elegante del centro.
Karina abrió la puerta, levantó la mirada y se quedó boquiabierta ante el famoso Edificio Juárez.
Todo el edificio era una torre de cristal oscuro, con líneas rectas y firmes que parecían cortar el cielo, como una espada imponente separando las nubes.
Pasarelas suspendidas, semejantes a tentáculos de dragón, unían los rascacielos vecinos, dándole un aire futurista y algo intimidante.
Karina sintió que el cuello se le acalambraba de tanto mirar hacia arriba.
Era la primera vez que pisaba el Edificio Juárez y no imaginó que fuera tan majestuoso.
Junto a ella, su asistente susurró:
—Señorita Karina, dicen que Grupo Juárez tardó cinco años en construir esto. Se mudaron hace tres años y desde entonces el valor de la zona se disparó más de diez veces. Saben muy bien dónde invertir.
Karina apartó la vista, dejando atrás el asombro para llenarse de resolución.
—Vamos, entremos.
...
Karina apenas tuvo tiempo de mirar los detalles de la sala cuando la puerta se abrió desde afuera.
Entró un hombre.
Vestía un traje hecho a la medida, llevaba lentes de marco dorado y su presencia era tan dominante que el aire parecía pesar el doble.
El corazón de Karina dio un brinco. Evitó mirarlo directamente y se levantó de inmediato.
—Señor Boris.
Él se dejó caer con tranquilidad en el sofá de enfrente.
El asistente de Boris comprendió el gesto y, con una seña, invitó al asistente de Karina a salir. Los dos se marcharon, cerrando la puerta tras de sí.
Ahora solo quedaban ellos dos en la sala.
La voz del hombre sonó baja, con un matiz divertido.
—¿Te doy tanto miedo que ni me puedes ver a los ojos?
Karina tragó saliva y, con esfuerzo, levantó la vista.
En ese instante, se quedó helada.
En el cuello del hombre, unas marcas rojizas, como huellas de dedos, resaltaban claramente. Eran iguales a las que ella había dejado en Lázaro la noche anterior.
Al ver ese rostro idéntico al de Lázaro, la cabeza de Karina retumbó, y casi sin pensarlo, soltó:
—¿Lázaro...?

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