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Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador romance Capítulo 182

El hombre frunció apenas las cejas, como si algo lo incomodara.

Karina volvió en sí de golpe, y por dentro se recriminó: “¡Estoy loca!”

—¿Cómo puede un simple bombero ser tan peligroso como el Sr. Boris? —pensó, sintiendo que el corazón casi se le salía del pecho.

El miedo la dejó pálida. Se levantó de un salto y, con una reverencia tan profunda que parecía pedir perdón por existir, se disculpó atropelladamente.

—¡Perdón! Me equivoqué de persona.

—Es que… usted se parece tanto a mi esposo… Hasta las marcas en el cuello son iguales…

El hombre la miraba, notando su nerviosismo, y de pronto levantó una ceja, con una chispa de diversión en la mirada que le daba un aire travieso.

—¿Estás tratando de coquetear conmigo?

Karina se quedó pasmada. Sintió cómo las mejillas le ardían, tan rojas que parecía que iban a explotar.

—No, no… para nada, yo solo…

Intentó explicarse, pero cuanto más hablaba, peor se veía la cosa.

De pronto, él se puso de pie.

Un par de zapatos de charol, relucientes y a la medida, aparecieron justo frente a ella.

En un segundo, la mano del hombre, fría y firme, tomó su mentón, obligándola a alzar la cara.

—Mírame bien —ordenó él, su voz ronca y peligrosa.

Su rostro, tan atractivo que parecía esculpido, se acercó tanto que Karina sintió que el aire mismo pesaba.

Él curvó los labios en una sonrisa apenas visible, mientras su voz se volvía más áspera.

—Vuelve a mirar. ¿Qué tanto me parezco a tu esposo?

Obligada a sostenerle la mirada, Karina estudió cada rasgo de cerca.

El hombre tenía facciones tan marcadas y varoniles que parecían hechas para intimidar: cejas gruesas, pómulos altos, ojos tan profundos y oscuros como la obsidiana, capaces de clavarle la mirada a cualquiera.

La nariz recta, los labios delgados y curvados en una mueca que no dejaba lugar a la ternura.

Si solo miraba el físico, era como si Lázaro y él hubieran salido del mismo molde.

Pero la sensación que transmitían era completamente diferente.

Lázaro era como una montaña tranquila: sólido, discreto, con ese aire de caballero que solo se logra con los años.

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