Karina se quedó completamente pasmada, incapaz de creer lo que veía.
—Valentín, ubícate, ¡estás a punto de casarte con Fátima!
Esa frase cayó sobre Valentín como un balde de agua helada, arrancándolo de su ensoñación.
Se quedó paralizado.
Karina aprovechó el momento para zafarse de su mano de un tirón, sin mirarlo una sola vez más, y se marchó a paso apresurado.
Valentín miró su palma vacía, con esa angustia punzante de sentir que lo más importante se le escurría entre los dedos, apretándole el pecho.
De pronto, giró la cabeza y su mirada, filosa como un cuchillo, fue directo hacia la entrada de la habitación.
Eloísa estaba recargada con calma en el marco de la puerta, jugueteando con su celular, cuya pantalla seguía encendida.
Valentín caminó hacia ella en unos cuantos pasos, con la mirada cortante.
—¿Grabaste todo?
—Eso es asunto mío —replicó Eloísa, alzando una ceja y sosteniéndole la mirada sin asomo de miedo.
—¿A quién se lo mandaste?
Pero Eloísa esquivó la pregunta y, en cambio, entrecerró los ojos.
—¿Por qué dijiste que eras su esposo? ¿Ustedes… se casaron?
La tensión alrededor de Valentín se notaba en el aire.
—No importa a quién quieras mandárselo, pero si ese video sale de aquí y se filtra una sola palabra, te hago salir de este hospital— soltó, dejando clara la amenaza.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se marchó, dejando tras de sí un aire denso y hostil.
Eloísa observó su espalda con una sonrisa enigmática dibujándose en los labios.
Con un toque en la pantalla, envió el video junto con un mensaje.
[¿Ya investigaste si Karina ha estado casada antes?]
...
Al otro lado, Sebastián recibió el mensaje, abrió el video y, tan sorprendido como asustado, casi deja caer el celular.
De inmediato, revisó de nuevo el historial de Karina y, al ver los datos, soltó el aire contenido.
[Ya lo verifiqué, nunca se ha casado.]
Eloísa le respondió:
[¿Entonces por qué Valentín dijo eso? No parece alguien que invente cosas.]
Sebastián chasqueó la lengua.
[¿Y a mí qué? Mientras Lázaro esté feliz, todo bien.]
Y rápido mandó otro mensaje:
La cintura, que ya le dolía, ahora parecía protestar todavía más.
Por puro reflejo, Karina se apoyó en la puerta, nerviosa.
—Hoy estoy un poco cansada, quiero dormir temprano.
Pero antes de que terminara la frase, Lázaro ya estaba dentro, cargando su mochila al hombro y colándose por el hueco.
—Si estás cansada, descansa. Yo solo voy a guardar mis cosas, no te voy a molestar —su voz, grave y profunda, le vibraba en los oídos como un contrabajo.
Karina lo siguió de inmediato, todavía buscando cómo decirle que no podía quedarse.
—No, lo que pasa es que…
Las palabras le daban vueltas en la cabeza, tratando de encontrar una manera amable de rechazarlo.
Pero ni siquiera tuvo oportunidad de hablar; Lázaro ya había abierto su clóset.
El armario de Karina estaba casi vacío, apenas tenía unas cuantas prendas porque no llevaba mucho tiempo viviendo ahí.
Lázaro sacó unos ganchos y colgó, con movimientos ágiles, un par de camisetas negras, unos pantalones de trabajo y una camiseta blanca.
Luego, de la mochila, sacó varias prendas interiores perfectamente dobladas.
Se giró, la miró con esos ojos oscuros y profundos, levantando la mano con la ropa.
—¿Esto dónde lo pongo?

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