Los dedos largos y definidos de Lázaro sacaron de su bolsillo otro anillo de hombre; tenía el mismo diseño que el que ella llevaba, solo que este era más ancho y pesado.
Se lo puso con calma, sin prisas.
—Lo compré ayer. En realidad pensaba dártelo en la noche, pero como te vi con esa cara de pocos amigos, me dio flojera sacarlo.
Karina frunció los labios.
¿Así que sí te diste cuenta de que no me hacía gracia que te mudaras? ¿Entonces por qué lo hiciste de todos modos?
Aunque pensó en decirlo, al final solo bajó la mirada para observar el anillo en su dedo anular.
Era discreto, elegante, justo el tipo de cosas que le gustaban.
—Me gusta mucho —dijo con sinceridad.
—Ya deposité la dote en tu tarjeta, cuando tengas tiempo la retiras —añadió Lázaro—. Nuestro nuevo departamento está en remodelación, en unos días te lo muestro.
La miró con esa mirada profunda suya.
—Aparte de que no puedo darte una boda, ¿hay algo más que quieras?
Karina se quedó pasmada, con una mezcla de sorpresa y confusión.
—¿Cómo... cómo que no puedes darme una boda? ¿De dónde sacaste esa idea?
—Si ya decidí que eres tú para toda la vida, todo lo que falte tengo que compensarlo —respondió él, como si fuera lo más natural del mundo. Después, como si de pronto se acordara de algo, añadió—: Escuché que tus primas decían que además de la dote y el departamento, te falta un carro, ¿no?
—Cuando tengas tiempo, te llevo a la agencia y escoges el que quieras.
Karina ya no pudo aguantarse y soltó:
—¿Y de dónde sacas tanto dinero para gastar así? No necesito nada de eso, Lázaro.
Vamos, si es bombero, ¿de dónde va a sacar tanto? Eso no tiene ni pies ni cabeza.
—No gano mucho, pero para mantenerte me alcanza —contestó Lázaro, tranquilo—. Si no quieres nada de eso, el dinero se queda en la tarjeta, como siempre.
De repente cambió el tono y le extendió la mano:
—A ver, pásame tu celular.
Karina lo apretó, desconfiada.
—¿Para qué lo quieres?
Sin darle opción de negarse, Lázaro alargó el brazo y se lo quitó sin esfuerzo.
—¿Clave?
Ella apretó los labios, negándose a decirla.
Pero él, con sus dedos largos, tocó la pantalla y el aparato se desbloqueó.
Karina abrió los ojos, sorprendida, e instintivamente intentó recuperarlo.
No tenía por qué ni quería competir con alguien que ya había quedado en el pasado.
El corazón de Karina dio un brinco, como si le hubieran dado un golpe directo en el pecho.
Le sostuvo la mirada y, con los ojos brillantes, le prometió con firmeza:
—No te preocupes, yo me encargo. Nada de esto va a afectar lo nuestro.
...
Al llegar a la oficina, Karina apenas tomó asiento cuando el celular volvió a vibrar.
Otra vez era Valentín.
Respiró hondo y contestó.
La voz de Valentín, cargada de rabia, retumbó al instante:
—Karina, ¿te das cuenta de lo que hizo Lázaro? ¡Le rompió la muñeca a Fátima! Su mano no va a poder usarla bien en seis meses, ni siquiera para teclear.
Karina se quedó helada un momento.
No tenía idea de eso.
Pero su primer impulso fue defenderlo:
—Si Lázaro le hizo algo, seguro es porque Fátima se lo buscó. Él nunca agrediría a una mujer porque sí.

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