—Eso significa que está perdidamente enamorada de Valentín. No se atreve a hacer escándalo, porque si lo hace, Valentín ni siquiera va a recordar los viejos tiempos contigo —soltó Sebastián, cada vez más alterado, con una voz cargada de frustración—. Dime, ¿para qué insistes en casarte con una mujer que en el fondo solo piensa en otro tipo?
Tomó aire, sacudiendo la cabeza con desesperación.
—¿No es como si te estuvieras buscando problemas tú solo? Con el puesto que tienes, ¿qué clase de mujer no podrías conseguir?
Apenas terminó de hablar, Lázaro le extendió la mano de forma inesperada.
Sebastián parpadeó, desconcertado, pero aun así le pasó la cajetilla de cigarros.
Lázaro sacó uno, no lo encendió, solo lo dejó entre los labios.
Sebastián se inclinó para prenderle el cigarro, pero Lázaro lo detuvo con una mirada que no dejaba lugar a dudas.
Sin quitar el cigarro de la boca, Lázaro habló con voz grave y pausada.
—Ella solo es una víctima.
Sebastián casi se le salen los ojos de la sorpresa.
—¿Es neta, Lázaro? Ahora te salió el alma caritativa que quiere salvar a todo el mundo. ¿De verdad te interesa una mujer que vive pensando en otro?
Lázaro le lanzó una de esas miradas tan cortantes que podían congelar el ánimo de cualquiera.
—Esto es un matrimonio militar. Una vez casados, no es tan sencillo separarse.
Sebastián soltó una carcajada sarcástica.
—¿Y eso qué? Mientras no cometas un error grave, si quieres divorciarte, igual puedes...
De pronto, como si hubiera caído en cuenta de algo, se dio un golpe en la frente.
—¡Ah, caray! ¡Esto sí que está complicado! ¡Maldita sea, tu matrimonio sí está difícil de romper!
Sebastián se revolvió el cabello, molesto consigo mismo.
—¡Vaya! ¿Por qué no me pediste antes que te ayudara a investigar? Yo conozco mejor que nadie a todas las chicas de Villa Quechua.
Lázaro apartó el cigarro de sus labios y, con un gesto despreocupado, se lo metió en el bolsillo de la camisa a Sebastián. Su voz sonó queda.
—Me voy.
Sebastián suspiró, resignado.
—¿Quieres que le avise a los del escuadrón? Todos quieren conocer a tu esposa.
Lázaro ni siquiera volteó.
—No hace falta.
...
Cuando la puerta del cuarto se abrió, Karina estaba sentada en la cama leyendo un artículo.
Al oír el ruido, levantó la vista por instinto y se topó de frente con la mirada profunda de Lázaro.
Él se acercó, arrastró una silla y se sentó sin decir palabra, simplemente la observó.
La mirada fija de Lázaro la hizo sentir incómoda, tan intensa que Karina no pudo evitar girarse y darle la espalda.
El ambiente se volvió tenso, como si el aire pesara más.
Lázaro tomó una manzana del frutero y empezó a pelarla con calma, tomándose su tiempo.
Karina pensó que se la iba a ofrecer, así que estiró la mano. Pero antes de que pudiera tocarla, él se la llevó a la boca y le dio una mordida, disfrutándola con un crujido exagerado.
—...
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