Karina levantó apenas los párpados, y esa frase que tenía a punto de soltar—“¿Eso qué tiene que ver contigo?”—se le revolvió en la lengua, pero al final la tragó en seco.
Sabía perfectamente bien que no servía de nada decirlo. Ese tipo siempre quería tratarla como si fuera su hermana menor y andar controlándola.
Así que cambió el enfoque.
—Un tipo alto, guapo, y de esos que sí son todo un hombre.
La furia en los ojos de Valentín se congeló de golpe, y enseguida se transformó en una burla tan densa que casi se podía cortar.
—Karina, ¿cuándo vas a dejar de ser tan infantil? Ni creas que por buscarte cualquier tipo para hacerte la casada de mentira vas a lograr que me moleste, ni mucho menos que yo cambie de opinión.
Karina frunció el ceño, y le lanzó una mirada cargada de sarcasmo.
—¿Y tú cuándo vas a dejar de ser tan creído? Me casé rápido solo para recuperar lo que me pertenece, mi herencia. ¿Tú quién te crees?
—Ja—, soltó Valentín con desdén—. ¿Y sí lo lograste? Ni tu papá te reconoce, y apuesto que hasta esos papeles son falsos.
La miró con seguridad, como si tuviera la verdad absoluta.
Para él, era imposible que Karina, una mujer que lo había querido con esa intensidad, fuera capaz de casarse con alguien más el mismo día que él. De seguro todo era una farsa, solo para hacerle creer que ya no le importaba.
—Tú...
La actitud de Valentín terminó por sacarla de quicio.
Karina tomó el bolso que tenía al lado, decidida a echarle en la cara el acta de matrimonio.
—¿Ah, sí? Pues hoy mismo te vas a enterar si es cierto o no.
Pero su mano empezó a rebuscar en el interior del bolso y, después de mucho buscar, nada. El acta de matrimonio no aparecía por ningún lado.
Sintió cómo se le iba el alma al suelo. Ni modo, volcó todo el contenido del bolso sobre el escritorio: labial, polvos compactos, audífonos, las llaves del carro… Todo quedó regado y hecho un desastre.
Menos el acta de matrimonio.
Los ojos de Karina se abrieron de par en par; se quedó paralizada.
La sonrisa despectiva de Valentín se hizo todavía más marcada.
—¿Y el acta de matrimonio? Por un momento hasta pensé que sí te habías casado de verdad, pero resulta que solo estabas faroleando.
Viendo la expresión de Karina, que parecía haberse quedado en blanco, él se enderezó y, desde su altura, arregló con calma las mangas de su saco.
—Karina, ya deja de usar este tipo de juegos. No vas a lograr separar a Fátima y a mí. Nosotros sí nos vamos a casar.
—Obvio, tú siempre vas a ser mi hermana. Te voy a preparar un buen regalo de bodas. Cuando encuentres a alguien que de verdad te quiera, yo mismo me encargaré de que tengas la mejor boda.
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