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Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador romance Capítulo 69

Víctor, con una expresión de “no cantes victoria tan rápido”, se guardó el chip en la mano.

—Puedo aceptarte como mi aprendiz —soltó el viejo, resoplando—, pero hay dos condiciones. Cumple una y ya.

—La primera, entra como mi alumna directa de posgrado en la Universidad Villa Quechua. La segunda, tráeme una medalla de oro en el concurso internacional de IA de fin de año.

Cerró el estuche con cuidado y lo apartó.

—Consigue una de las dos, y este chip será tuyo de verdad. Hasta entonces, yo lo guardo por ti.

Lejos de intimidarse por semejantes condiciones, Karina sintió que la sangre le hervía. Era como si todo su cuerpo se encendiera con el reto.

Se inclinó profundamente, con total solemnidad.

—Maestro, puede estar seguro: no voy a defraudarlo.

...

De regreso en su departamento, Karina no cabía de felicidad; hasta ganas le daban de ponerse a cantar.

Se puso el delantal y preparó costillas en salsa roja y unas chuletas agridulces.

El aroma de la carne llenaba todo el lugar cuando la cerradura de la puerta sonó.

Lázaro, vestido con ropa negra de entrenamiento, apareció como un perro grande que siempre vuelve a casa a tiempo, ya bien acostumbrado a llegar por comida.

Después de cenar, el tipo se recostó en el sillón y preguntó:

—¿Bajamos a caminar? Para bajar la comida.

Karina, de inmediato, recordó la noche anterior y cómo él le había tomado la mano mientras caminaban por el parque.

Sin pensarlo, soltó:

—No, paso. Mejor me quedo a leer un rato.

Hizo una pausa y agregó:

—Además, en el parque hay un montón de moscos. No quiero salir otra vez a que me piquen.

Lázaro no insistió. Se levantó, listo para irse.

—Espera —Karina lo detuvo de pronto.

Él se giró. Sus ojos profundos la miraron bajo la luz, poniéndola algo nerviosa.

Karina carraspeó, tratando de sonar tranquila.

—¿Este sábado en la tarde tienes tiempo? Mi mamá quiere conocerte.

Lázaro guardó silencio un segundo y luego asintió con voz baja.

—Sí, puedo.

Karina suspiró aliviada.

—Perfecto. Te paso la dirección más tarde.

...

A la mañana siguiente, en cuanto Karina llegó a la oficina, vio que le había llegado un correo de Panorama de Casa.

[¡Un placer trabajar juntos!]

En ese instante, en SenTec todos se alborotaron.

—Mi esposo ya viene por mí, me retiro. Ustedes sigan, la cuenta ya la pagué.

Eso fue como lanzar una piedra al lago: todos reaccionaron de inmediato.

—¡No inventes! ¿Karina sí se casó así de rápido?

—¿Le dijo esposo? ¡Se oye de lo más natural!

—¡Órale, asómense a la ventana!

Alguien gritó, y en segundos, una bola de gente se agolpó junto al ventanal.

Afuera, junto a un Bentley, un hombre de camiseta negra estaba recargado en la puerta del carro.

La luz de la calle alargaba su figura: hombros anchos, cintura angosta, y aunque solo se veía de espaldas, imponía con solo estar ahí.

Se enderezó, rodeó el carro y abrió la puerta del copiloto.

—¡Caray! ¿Ese es el esposo de Karina? ¡Fácil mide uno noventa!

—¡Mira esos brazos! ¡Y esas piernas! Ese sí es pura potencia.

—No puede ser, ¡qué tipo tan impresionante! ¡Hasta abrir la puerta se ve de película!

Una compañera se tapó la cara, gritando bajito de pura emoción:

—Karina sí que tiene suerte...

Y al lado, un compañero con sonrisa maliciosa añadió:

—Con ese cuerpo, seguro nunca se cansa... Qué envidia, ¿eh?

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