Karina asintió con sinceridad.
—Abuela, tiene razón.
Quién iba a imaginar que, en el siguiente instante, la anciana movió los ojos con picardía y su sonrisa traviesa volvió a florecer.
—Pues si ya soltaste el pasado, ¡no pierdas el tiempo y agárrate al que sigue!
—Mira, te voy a contar: tengo un nieto que es una joya, ¡de verdad! Mide un metro ochenta y ocho, tiene los hombros anchos, las piernas largas… bueno, su carácter es medio complicado, pero te aseguro que es un chavo de fiar. ¿Quieres que te lo presente?
Karina no pudo evitar reír y sentirse un poco apenada por el brusco cambio de tema, así que decidió ser honesta.
—Abuela, ya estoy casada.
De inmediato, la sonrisa de la anciana se desvaneció.
—¿Eh? ¿Ca-casada?
—Sí, fue una boda de volada. Todavía no hemos hecho la fiesta, pero si algún día se arma, le voy a traer en persona los dulces de la boda.
La anciana hizo un gesto de dolor, como si hubiera perdido una apuesta.
—Ay, qué lástima… mi nieto, tan bien parado y otra vez se quedó chiflando en la loma.
Volvió a mirar a Karina, y su tono cambió, volviéndose más serio.
—Niña, te noto muy preocupada… ¿seguro que no es solo por lo sentimental?
Karina se quedó helada unos segundos. Luego, con una sonrisa resignada, le contó su problema: quería que Víctor fuera su maestro, pero no había sabido responder a su pregunta.
—Me preguntó por qué quería ser su aprendiz. Yo le dije que para resolver los problemas que tengo en mi proyecto… pero eso no le satisfizo.
La anciana la escuchó con atención, luego se quedó pensativa, mirando por la ventana hacia el pequeño jardín que ella misma cuidaba.
—¿Ves esas flores? —dijo con voz pausada, como si hablara desde otro tiempo—. Cuando les quito las ramas de más, no es para que crezcan como yo quiero… Lo hago para ayudarles a soltar lo que les estorba, para que puedan crecer más alto y alcanzar ese cielo que ellas mismas sueñan tocar.
Sus palabras fueron como un rayo de luz que iluminó de golpe la mente de Karina.
Todo este tiempo había pensado que buscar a un maestro era solo para resolver los problemas del Sistema Firmamento.
Pero estaba equivocada.
Buscar un maestro no era para corregir lo que ya conocía.
Sino para… subirse a hombros de gigantes y atreverse a explorar horizontes que antes ni siquiera se atrevía a imaginar.
Karina sintió un nudo en la garganta.
Karina lo reconoció al instante. Era un chip cuántico, igual al que sus compañeros recibieron cuando fueron aceptados como aprendices de Víctor. Cada uno tenía su nombre grabado.
Era el símbolo de pertenecer al grupo de discípulos del profesor.
Víctor giró el chip entre los dedos, el azul reflejando la luz del estudio.
—A ver, niña, ¿sabes de dónde salió esto?
Karina no podía apartar la vista de ese azul profundo y contestó sin dudar.
—Ese chip fue uno de los primeros modelos de computación cuántica. Lo descartaron porque tenía algoritmos de más, pero cada uno tiene un número único. Aunque su capacidad es limitada, representa que la imaginación humana nunca tiene fronteras.
Víctor alzó las cejas. Sus ojos destellaron con una pizca de admiración.
Le dio la vuelta al chip.
En el reverso, con láser, estaba grabado un nombre: Karina.
Karina se quedó sin aliento.
Su nombre…
Ya estaba ahí, esperando por ella.

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