Valentín bajó la mirada y, en ese instante, también lo notó.
Las arrugas en su entrecejo se marcaron aún más.
Hace unos días, en la Subasta Eminente, la joya estelar fue el brazalete “Estrella de Cristal de Fresa”. Dejó boquiabiertos a todos los asistentes.
¡Y este era idéntico!
Las señoras y muchachas de sociedad presentes soñaban con tenerlo.
Nadie imaginó que el precio subiría hasta los cincuenta millones de pesos. Al final, alguien misterioso en el segundo piso se lo llevó sin dudarlo.
Al notar que ambos no le quitaban los ojos de encima a su muñeca, Karina, por instinto, la cubrió con la otra mano.
Alzó la barbilla y esbozó una sonrisa desdeñosa, con aire de burla.
—Me lo regaló mi esposo, ¿y? La verdad, prefiero esto a esos diamantes ostentosos que no valen nada. Este me parece mucho más bonito.
—No es el mismo— soltó Valentín, con voz seca y segura.
Pensaba que, conociendo la personalidad de Karina, si de verdad hubiera sido el brazalete que costó cincuenta millones, ya estaría presumiéndolo a todo el mundo. No se estaría escondiendo como ahora.
La miró fijamente, con una mezcla de desdén y decepción que no intentó ocultar.
—Karina, ¿desde cuándo usas estas imitaciones? ¿Te caíste tan bajo después de dejarme?
—¿Imitaciones?— Fátima abrió los ojos, sorprendida, y luego adoptó un gesto compasivo—. Karina, si te gustan los cristales, dile a Valentín que te regale uno de verdad. Esas imitaciones llevan pegamento, a la larga son malas para tu salud, en serio.
Karina estuvo a punto de soltar una carcajada de lo absurdo que le parecía todo.
—Mi esposo está por regresar. Les pido que se vayan ahora. No quiero que piense que tengo algo que ver con mi ex.
Sus palabras fueron como una bofetada para Valentín y Fátima.
Un ex, y la que se quedó con el ex, todavía tenían el descaro de presentarse frente a ella. Qué paciencia la suya.
El rostro de Valentín se ensombreció de inmediato.
Se burló sin disimulo.
—¿Así que ahora te metes tanto en el papel solo para darme celos?
Avanzó hasta la mesita de noche, tomó un vaso de cristal y tocó la superficie.
—Pero tu esposo de mentiritas parece no tener idea de cómo cuidarte. No solo te deja sola aquí, ¿hasta el agua que te deja es fría? ¿Así cuida de ti?
Karina le lanzó una mirada cortante.


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