—¡Pum!
La puerta se cerró de golpe tras él.
—¡Boris! —Valentín apretó los dientes y le gritó a la puerta cerrada—. ¡Si a Karina le pasa algo, te juro que lo vas a lamentar!
Silencio total del otro lado.
Los dos guardaespaldas vestidos de negro avanzaron un paso al instante, bloqueando la entrada con sus cuerpos como una muralla.
El asistente se acomodó la manga con toda la calma del mundo, esbozó una sonrisa apenas perceptible hacia Valentín, pero su voz tenía un filo que cortaba el aire.
—Es la primera vez que alguien se atreve a provocar tanto al señor Boris, señor Valentín.
—Por aquí, por favor.
Valentín se apoyó en la pared, con la mirada oscura clavada en la puerta cerrada frente a él.
No pudo evitar que la duda germinara en su mente. ¿Karina… de verdad estaba ahí dentro?
Conociendo la obsesión casi enfermiza de Boris por el orden y la limpieza, era difícil imaginar que permitiera a una mujer quedarse en su suite privada.
Y aun así, ese presentimiento que solo tienen los hombres le susurraba que sí… que ella estaba justo ahí.
¿O estaría delirando?
En cualquier caso, ese tipo era un hueso duro de roer.
Ya en su vida pasada, Boris no volvió a la familia Juárez para hacerse cargo del negocio, pero aun así se convirtió en su mayor dolor de cabeza.
No deseaba nada, nunca pedía nada; nadie sabía qué buscaba en el fondo.
Gente así… era la que de verdad daba miedo.
Si Karina tuviera un poco de sentido común, debería haber entendido que lo mejor era mantenerse alejada de alguien como él.
Pero no, por puro orgullo, por no pedirle ayuda a él, prefirió ir a buscar a Boris.
Valentín sentía ganas de sacudirle la cabeza a esa mujer terca para ver qué demonios tenía adentro.
...
—Valentín, ¿qué te pasa? —Fátima se acercó corriendo.
Valentín apartó la mano que tenía sobre el pecho y contestó con voz dura:
—Nada.
La miró fijamente y soltó:
—¿Encontraste a Karina?
La expresión de Fátima se apagó y bajó la mirada, moviendo la cabeza con desaliento.

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