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Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador romance Capítulo 93

—¿Cambiar de lugar? —Hugo abrió los ojos como platos—. Señorita Karina, ¡no hay mejor sitio que ese! La ubicación, los servicios, el tamaño... todo es de primera.

Se apresuró a añadir, con tono apurado:

—Además, como llevamos tanto tiempo buscando quedarnos con ese lugar, ya acepté en su nombre. Si nos echamos para atrás ahora, seguro que vamos a quedar mal con el señor Boris.

Karina sintió un dolor punzante en la cabeza. Se masajeó la frente y preguntó, resignada:

—Bueno, ¿cuándo es la reunión cara a cara?

—Ellos dicen que cuando usted pueda, señorita Karina —contestó Hugo, pero de inmediato su expresión se tornó seria—. Por cierto, averigüé que en la cuenta de Paloma apareció un depósito sospechoso de cincuenta mil pesos, usando una tarjeta virtual, justo el día antes del incendio. Es muy probable que alguien la haya sobornado.

Los ojos de Karina se volvieron oscuros de repente.

¿Será que quien la encerró en la oficina tras el incendio fue Paloma?

—Además —continuó Hugo—, el forense dice en su reporte preliminar que a Paloma la golpearon con algo pesado en la parte de atrás de la cabeza antes de morir. Y el incendio lo causó su propio carro eléctrico, que estaba estacionado abajo. Cuando explotó, ella estaba cerca.

El entrecejo de Karina se arrugó en el acto.

El fuego empezó en el estacionamiento subterráneo, y fue subiendo poco a poco a los pisos de arriba...

Así que, si Paloma estaba abajo cuando el carro explotó, no pudo ser ella quien la encerró en la oficina.

¿Entonces quién fue?

Karina no lograba entenderlo y la frustración comenzó a apoderarse de ella.

Cuando Hugo se marchó, Karina echó un vistazo al reloj y el corazón le dio un salto.

Ya casi era hora de la cena.

El solo imaginar que tendría que ver a Lázaro le puso los nervios de punta.

Aun así, se levantó de inmediato y se metió a la cocina a preparar la comida.

Hasta se animó a cocinar un platillo más elaborado de lo normal.

No tardó mucho en tenerlo todo listo. El aroma se extendió por toda la casa.

Pero ella no tenía ganas de comer. Apenas probó un par de bocados, tomó su bolso y salió de prisa.

[La comida está servida en la mesa. Voy a pasar por la casa un rato.]

—¿Te hizo algo?

—No —vaciló Karina, dudando unos segundos antes de soltarlo—. Mamá, hice algo... algo que no puedo perdonarme con Lázaro. No sé cómo voy a mirarlo a la cara.

Yolanda la miró, incrédula, con mil ideas cruzándole por la mente.

Karina se dio cuenta enseguida de lo que estaba imaginando su madre y se apresuró a aclarar:

—¡Mamá, no pienses mal! ¡No pasó nada con el señor Boris! Es por otra cosa.

Yolanda suspiró aliviada y se sentó a su lado, en la cama, con gesto resignado.

—Tú siempre decías que jamás ibas a sentir algo por él. Entonces, ¿por qué te importa tanto ahora?

Karina bajó la mirada, derrotada:

—No es eso, mamá. Es que le prometí a Lázaro que mientras estuviéramos casados jamás le iba a fallar. Y ahora... no sé, tengo la conciencia sucia.

Yolanda soltó un suspiro largo.

—Así que por eso te viniste de golpe, para no verlo, ¿verdad?

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