Incluso para visitarlo, tenía que seguir un horario estricto.
No esperaba que Ricardo viniera por su cuenta hoy.
Se quitó los zapatos y entró al salón principal.
Un niño de unos cinco o seis años estaba sentado en el sofá de espaldas a la entrada, en medio de una videollamada.
—Mi tía sí que me consiente. Llevaba mucho tiempo queriendo este Transformer, pero mi papá no me lo compraba.
—Claro, aquí espero a que papá me lo traiga.
Alina se acercó al sofá, con la intención de abrazar a su hijo.
—Riqui, ¿extrañaste a mamá?
Ricardo colgó la videollamada de inmediato, la apartó de un empujón y gritó: —¡Apestas! ¡Aléjate de mí!
Alina se quedó parada, desconcertada, y se olió.
El parto de Ricardo había sido complicado, con una hemorragia grave, y después de tantos años no se había recuperado del todo. Incluso en verano, rara vez sudaba.
En ese momento, aparte del olor a desinfectante del hospital, no percibía ningún otro aroma en ella.
Ricardo le lanzó una mirada de fastidio y le ordenó con aires de superioridad: —¡Quiero que me prepares el estofado de camarones con verduras! ¿Qué esperas para ir a hacerlo?
Alina acababa de someterse a un aborto y no debía tener contacto con agua fría.
Abrió la boca para intentar razonar con Ricardo, para decirle que le pediría a la empleada que lo hiciera.
Pero al instante siguiente, Ricardo puso los ojos en blanco disimuladamente.
Apoyó la cabeza en las piernas de Alina, la miró parpadeando y su voz se suavizó: —Mamá, el estofado de camarones con verduras que tú haces es el más rico. Nadie más lo prepara igual.
Aunque sabía que era una de las artimañas de Ricardo para hacerse el bueno, Alina no pudo evitar que se le enterneciera el corazón.
Pensó que era solo porque el niño no se había criado a su lado y estaba malcriado; con una buena crianza, todo se arreglaría.
Alina fue a la cocina, se lavó las manos y tembló al tocar los camarones frescos que estaban en agua fría.
Preparó la comida, la sirvió en la mesa y solo entonces Ricardo pareció satisfecho.
Mientras Ricardo comía con entusiasmo, Alina lo observaba en silencio.
Después de cenar, Alina se quedó un rato más con Ricardo, leyéndole un libro.
Él olía a un perfume desconocido. Alina lo apartó. —¿No estabas con Josefina? ¿Por qué volviste?
—¿No te da miedo que te saquen una foto y te acusen de infiel?
Jonás se recostó en el sofá y la miró de reojo. —Mientras no vayas por ahí gritando a los cuatro vientos que la señora Lozoya eres tú, ¿quién se va a enterar?
Alina cerró la pantalla de la laptop en silencio.
Era cierto, su matrimonio con Jonás era secreto. Mientras ella no dijera nada, aunque los medios fotografiaran a Jonás con otra mujer, no se atreverían a publicarlo.
En todo San Jerónimo, nadie se atrevía a desafiar a la familia Lozoya.
—¿Qué pasa? ¿Te molestaste?
Jonás tomó un mechón de cabello de Alina y jugó con él. —¿No fue esto lo que tú misma pediste? ¿Qué derecho tienes a enojarte?
Alina cerró los ojos y, al abrirlos de nuevo, su expresión había cambiado por completo.
Serena, impasible, como un pozo de aguas tranquilas.
—Jonás, tenemos que hablar.

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