Renacida para la Venganza: De Esposa Abandonada a Reina Intocable romance Capítulo 7

Esteban Montero se despertó con una extraña sensación de vacío.

La mitad de la cama estaba fría.

No estaba el suave aroma del champú de Magdalena en la almohada.

Se levantó y fue al armario a buscar un traje. Por instinto, esperó que ella apareciera con la ropa perfectamente planchada y la corbata elegida para combinar.

Pero no había nadie.

Una punzada de irritación lo atravesó. ¿Ahora tendría que elegir su propia ropa?

Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo.

Era ridículo. Estaba libre de ella. Debería estar celebrando.

Se vistió y bajó a desayunar. Su madre, Elena, ya estaba en la mesa, leyendo el periódico.

—Buenos días, hijo. ¿Dormiste bien? Anoche, después de que esa mujer se fue, la casa se sintió mucho más ligera, ¿no crees?

—Sí, supongo —respondió Esteban, sirviéndose café.

Se sentía inquieto, pero no iba a admitirlo.

Justo en ese momento, entró Romina de la Rosa, radiante y sonriente.

—¡Mi amor! —exclamó, dándole un beso en los labios—. ¡Vine a darte los buenos días!

La presencia de Romina borró cualquier duda de su mente. Ella era la mujer que le correspondía. Elegante, de buena familia, perfecta.

—Romina, qué sorpresa —dijo, forzando una sonrisa.

—Ya que por fin te deshiciste de tu error, podemos empezar a planear nuestra boda —dijo ella, sentándose a su lado—. Quiero la boda del siglo, Esteban. Todos tienen que ver que estamos juntos.

Él solo había puesto su nombre en la portada.

—Cuando anuncie que ganamos "Puerto Dorado" en nuestra fiesta de compromiso, todo el mundo de los negocios sabrá quién manda en esta ciudad —continuó Esteban, inflando el pecho—. Y todo será gracias a mi genio.

Romina lo miró con admiración, colgándose de su brazo.

—Eres increíble, mi amor. El mejor de todos.

Esteban sonrió, sintiéndose el rey del mundo.

No sentía ni una pizca de remordimiento por Magdalena.

En su mente, ella solo había sido una herramienta, un secreto vergonzoso que ahora, por fin, había desechado.

No sabía que esa herramienta que había despreciado estaba a punto de convertirse en el arma que lo destruiría.