Magdalena se despidió de su abuelo a la mañana siguiente.
—Voy a buscar trabajo, abuelo. No te preocupes por mí.
Hernán le dio el poco dinero que tenía ahorrado.
—No es mucho, mija, pero es tuyo.
Magdalena lo aceptó con lágrimas en los ojos. Juró en silencio que se lo devolvería multiplicado por mil.
Pero no fue a buscar trabajo.
Tenía un plan mucho más rápido.
Entró en un pequeño cibercafé que olía a café quemado y a plástico.
Pagó una hora de internet y se sentó frente a un viejo computador.
Sus dedos volaron sobre el teclado.
En su vida pasada, después de que Esteban la traicionara, ella se había obsesionado con el mercado de valores, buscando una forma de vengarse, de entender cómo funcionaba el dinero para poder arrebatárselo.
Ahora, todo ese conocimiento estaba fresco en su mente. Era como recordar el futuro.
Sabía que una pequeña empresa de tecnología llamada "InnovaTech" estaba al borde de la quiebra.
Todos los analistas decían que era una pésima inversión, que sus acciones no valían nada.
Pero Magdalena sabía algo que nadie más sabía.
Sabía que en exactamente veinticuatro horas, el gigante tecnológico "Grupo Soto" anunciaría la compra de InnovaTech por una suma astronómica, interesados en una patente que la pequeña empresa poseía.
Las acciones se dispararían más de un tres mil por ciento.
Usando el dinero de su abuelo, abrió una cuenta de corretaje en línea con un nombre falso.
Invirtió hasta el último centavo en acciones de InnovaTech.
Fueron los pesos más aterradores y emocionantes que había gastado en su vida.
Cuando la transacción se completó, se quedó mirando la pantalla.

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