El sonido de las sirenas rompió la tensión en el callejón.
El hombre herido, al ver llegar a la policía, empezó a gritar que ellas lo habían atacado.
Magdalena y la joven, Valeria, terminaron en la comisaría, dando su declaración.
El hombre misterioso, Camilo González, las acompañó, aunque se mantuvo en silencio, observando todo desde una esquina con una calma desconcertante. Su sola presencia parecía hacer que los policías se movieran con más eficiencia.
Valeria, ya más calmada, no dejaba de agradecerle a Magdalena.
—Neta, me salvaste la vida. Esos tipos… no sé qué me habrían hecho. Me llamo Valeria Soto, por cierto.
—Magdalena Valenzuela —respondió ella, forzando una pequeña sonrisa.
Estaban sentadas en una banca de plástico duro, esperando a que terminaran el papeleo.
De repente, un joven apuesto y enérgico, vestido con un traje elegante pero más relajado que el de Camilo, entró en la comisaría como un torbellino.
—¡Tío! ¿Estás bien? ¡Me llamaron y dijeron que estabas en una pelea!
El joven, Leo Montes, corrió hacia Camilo, revisándolo de arriba abajo en busca de heridas.
Camilo ni se inmutó.
—Estoy bien, Leo. Ocúpate de esto.
Leo asintió y se dirigió al oficial a cargo, hablando con una autoridad que desmentía su apariencia jovial. En minutos, el asunto quedó resuelto. Los matones fueron detenidos y las chicas quedaron libres de irse.
Mientras Leo arreglaba todo, su mirada se posó en Magdalena.
Frunció el ceño, como si tratara de ubicarla.
Cuando terminó con la policía, se acercó a su tío.
—Todo listo. La chica Soto ya llamó a su chofer. ¿Pero sabes quién es la otra mujer?
Camilo, que no había dejado de observar a Magdalena, levantó una ceja.
—Leo —dijo Camilo en voz baja, mientras Magdalena se preparaba para irse.
—¿Sí, tío?
—Quiero que investigues todo sobre ella.
Leo se sorprendió. Su tío rara vez mostraba interés personal en algo que no fueran negocios multimillonarios.
—¿Todo… todo?
—Todo —confirmó Camilo, su mirada fija en la espalda de Magdalena mientras ella salía por la puerta de la comisaría y se perdía en la noche de Puerto Santo—. Quiero saber de dónde viene, qué ha hecho durante los últimos tres años, por qué se divorció de Montero hoy, y hasta qué desayunó esta mañana si es posible.
Leo asintió, dándose cuenta de que algo importante acababa de suceder.
Su tío, el enigmático y temido Camilo González, el hombre conocido como "El Rey Midas" porque todo lo que tocaba se convertía en oro, había encontrado algo, o más bien a alguien, que había capturado su atención.
Y cuando algo captaba la atención de su tío, el mundo de los negocios de todo el país se preparaba para temblar.

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