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Renacida para la Venganza: De Esposa Abandonada a Reina Intocable romance Capítulo 10

—Lo primero es lo primero —decretó Valeria al día siguiente, mientras arrastraba a Magdalena fuera de la casa—. Necesitas un cambio de imagen.

—Valeria, no tengo tiempo para esto. Y tampoco dinero.

—El dinero no es problema, ya te lo dije. Y sí tienes tiempo. No puedes planear la dominación mundial vestida así. ¡Vamos a quemar la tarjeta de crédito de papá!

Antes de que Magdalena pudiera protestar, ya estaban en el auto rosa, dirigiéndose al centro comercial más exclusivo de Puerto Santo.

Valeria la llevó a una boutique de lujo donde un vestido costaba más de lo que su abuelo ganaba en un año.

—Bienvenida a "La Perle". Aquí visten a las esposas de los millonarios —susurró Valeria con una sonrisa traviesa.

Magdalena se sintió incómoda. Este mundo de opulencia era el que acababa de dejar atrás.

—Pruébate esto —dijo Valeria, pasándole un elegante vestido negro de corte clásico.

Magdalena suspiró y fue al probador.

Cuando salió, se miró en el espejo. El vestido le quedaba perfecto. Resaltaba su figura y le daba un aire de sofisticación y poder.

Incluso ella tuvo que admitir que el cambio era impresionante.

—Te ves… wow. Como una jefa mafiosa sexy —dijo Valeria, maravillada.

Fue en ese preciso instante que escucharon una voz chillona y arrogante.

—¿Pero miren a quién tenemos aquí? Si es mi primita política pobre.

Ambas se giraron.

Ahí estaba Camila Montero, la prima de Esteban, mirándolas con una expresión de burla. A su lado, un par de amigas igual de superficiales que ella, reían por lo bajo.

—¿Qué haces en una tienda como esta, Magdalena? ¿Vienes a limpiar los baños? —preguntó Camila, su voz goteando veneno.

Valeria dio un paso al frente, lista para la pelea.

—¿Y tú quién eres, la bruja de la moda?

Esperaba ver a Magdalena salir corriendo, llorando, como la chica de campo débil que siempre había sido.

Pero Magdalena no se movió.

Valeria estaba a punto de explotar, de gritar quién era su padre y comprar la tienda entera solo para despedir a esa empleada.

Pero Magdalena le puso una mano en el brazo, deteniéndola.

Luego, se giró lentamente para encarar a Camila.

No había lágrimas en sus ojos. No había vergüenza en su rostro.

Solo había una calma glacial.

Y una sonrisa. Una sonrisa diminuta, casi imperceptible, que le erizó la piel a Camila.

Era la sonrisa de un depredador que está a punto de jugar con su comida.

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