Pronto, todo el mundo había conseguido una bebida y un lugar para sentarse.
Félix le lanzó a Juan una mirada penetrante que este comprendió de inmediato. Le sonrió a la joven y se disculpó:
—Penélope, ya sabes cómo soy. Hace un momento fui muy imprudente con mis palabras, así que quiero disculparme.
Ella estaba sentada junto a su esposo y respondió con calma:
—No me lo tomé a pecho.
Juan continuó:
—¡Qué bueno! Y en realidad no puedes culparme. Solo siento que mereces algo mejor. Eras la chica más bella de la Universidad de Ciudad Fortaleza y ahora eres la presidenta de una compañía, y aun así estás casada con un holgazán inútil. ¿Sabes lo que pienso? Creo que solo alguien tan alto, apuesto y rico como el Señor Félix es digno de ti.
Todos guardaron silencio al escuchar aquellas palabras. Félix sonreía y miraba a Penélope con cariño, sin preocuparse por ocultar sus intenciones hacia ella.
Penélope era en secreto muy protectora con Nataniel. Después de ver cómo Juan lo había insultado repetidas veces, se había enfadado mucho hasta casi perder los estribos. Sin embargo, él la tomó de la mano para calmarla y hacerle saber que no tenía que seguirles el juego.
Nataniel dijo en voz alta:
—Penélope, esta reunión parece poco interesante. Si no hay nada más, ¿por qué no nos vamos pronto a casa a descansar?
Félix se inquietó al ver que tenían la intención de marcharse. Tenía planes para esa noche; por lo tanto, no podía permitir que ella se fuera tan temprano. Si se marchaba, ¿cómo iba a conquistarla? Entonces, se apresuró a dirigirse a ella.
—Penélope, no te vayas tan rápido. Recuerdo que en la universidad te gustaba mucho la música clásica y casi idolatrabas a la pianista Lucero. Según mis fuentes, ella está en Ciudad Fortaleza por estos días. Ya envié a alguien a invitarla para que toque algo para nosotros. ¿No quieres ver una presentación en vivo de tu ídolo?
Todos se volvieron para mirarlo. Se sentían orgullosos de que iban a tener la oportunidad de escuchar a Lucero en vivo, por lo que esperaban expectantes la respuesta del hombre.
Espectro parecía avergonzado:
—Sr. Félix, lo siento. No pude traer a la Señorita Lucero.
Félix estaba desconcertado e indignado.
—¿Qué estás diciendo? ¿No dije que estaba dispuesto a pagarle lo que fuera? ¿Y le dijiste quién era yo?
¡Félix Lobaina, el tercer hijo de la prominente familia Lobaina, que estaba dispuesto a gastar una pequeña fortuna, fue rechazado por Lucero! ¡No podía soportar semejante humillación!

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