Una curvy para el Alfa romance Capítulo 1

Tatiana

—Ella es solo una débil humana, alguien más de quien preocuparse y que no pueda defenderse—

—Es solo alguien más que mantener—yo los escuchaba decir.

—¡Solo mira como está!—

Y así había sido toda mi vida. Era solo una humana entre hombres lobos, unos que odiaban especialmente a los humanos.

Una mujer de la manada Medianoche, llamada Lucía, me había encontrado en el bosque llorando, era simplemente una niña… y le di lástima, no quería dejarme sola a morir. Yo era pequeña y no recordaba nada. Solo algo me definía: no era igual que ellos.

—Ella debe comportarse y ayudar en la manada como pueda— dijo Mauricio, el alfa de la manada. Y Lucía me cuidó, era una mujer fuerte y no dejó que nada me pasara.

Los hombres lobos tienen una estructura muy clara en su manada, donde más arriba estaba el alfa y su familia, y más abajo, los omegas. Y abajo de ellos… yo. Yo ayudaba a las omegas en los quehaceres, y me dediqué a servir a la manada. Lucía hacía lo que podía… pero el alfa mandaba.

Pero luego de años tranquila con Lucía que se preocupaba por mí, cuando iba a comenzar la adolescencia… ella murió en un ataque a nuestro territorio. Y a partir de ahí, todo cambió.

Vinieron años de maltratos y abusos. Cuando pasaba me empujaban y me ponían nombres. Me quitaban mis cosas y me mudaron a una pequeña habitación lejos. Era ahora una especie de esclava.

Viví en un cuarto pequeño, y con el tiempo lo empecé a notar: las miradas, las risas cuando yo pasaba, y los comentarios.

—Es fácil ver que es una humana… es decir, ¡Solo mírenla!— decían en voz alta y se burlaban de mí.

—¡Es pequeña y no tiene ni un músculo fuerte!— decían riéndose.

Si algo caracterizaba a los hombres lobos es que eran muy activos y ágiles, desde pequeños eran entrenados y sus cuerpos eran atléticos y en forma. En cambio, yo... no lo era precisamente.

Estaba a punto de comenzar la adolescencia, veía que mi cuerpo empezaba a cambiar. Era una niña rechoncha, pero al crecer empezaba a mostrar curvas y formas más redondas.

Los otros escondían mi ropa, robaban mis cosas y yo regresaba a mi habitación a llorar a escondidas. Estaba en la más baja escala social, y jamás mejoraría. Porque… ¿Cómo iba a dejar de ser humana?

Un día estaba limpiando la casa principal y varios chicos se acercaron a reírse de mí.

—Si en algún momento nos atacan los enemigos, ella va a ser la primera que va a caer—decían unas chicas de mi edad. Ellas eran esbeltas, con piernas largas y estómagos tonificados. Yo no tenía amigos, ni nadie me hablaba.

—¡Solo de imaginar a la chica gordita corriendo y siendo atrapada por los rouges!— decía otro chico y se reían. Los rouges eran hombres lobos salvajes, sin manada y muy violentos.

—¡Se van a dar un festín cuando se la vayan a comer!— comentaba otros y se reían.

—Coméntanos… ¿No puedes hacer dieta? ¿Hacer algo con ese cuerpo tan humano que tienes?— decía otro empujándome y yo me caía y se divertían. Luego tomaron todo lo que yo había limpiado y lanzaron basura en el suelo y muebles.

—Toma… tú sabes… para que hagas un poco de ejercicio… y así bajas unos kilos…— dijo uno y se volvían a reír y se iban.

—Pobre gordita…nunca va a tener un mate, ¿quién podría tener la mala suerte de ser el compañero de ella?—

—Los humanos no tienen eso… tiene que contar con su encanto y enamorar a un pobre tonto— decían a lo lejos riéndose aún de mí.

En este mundo lo importante era la fuerza y tener tu lobo, y yo nunca tendría nada de eso. Tampoco deseaba ser esbelta como ellos. Realmente… lo que más quería… lo que más me dolía era que no iba a tener un mate, un compañero destinado por la diosa luna. Un compañero para siempre.

Las relaciones entre hombres lobo y humanos eran muy complicadas y poco comunes, y cuando escuchaba las historias de los hombres lobos encontrando a sus mates… yo imaginaba lo que sería tener un mate, un compañero incondicional que me amara como soy.

Mi vida fue así por un tiempo, hasta que, años después, encontré una pequeña alegría. Algunas familias me dejaban a sus hijos, ya que me veían como niñera sin pago, y cuando una pareja murió, dejaron a mi cargo a dos huérfanos: Marina y Henry.

Me encantaba cuidarlos y consentirlos, y sentí… que éramos una especie de familia.

—Yo podría cuidarlos…para siempre, podrían vivir conmigo…— dije ofreciéndome hacerme cargo de ellos a tiempo completo.

—Supongo que para algo tienes que servir…— fue lo que dijo el alfa. Y se quedaron conmigo.

Nos dieron una casa pequeña cerca del bosque donde vivíamos los tres. Yo tenía dieciséis años, pero era por fin feliz. Eran unos niños vivaces e inteligentes, y yo les leía historias y los cuidaba, siempre atenta como si fueran mis hermanitos.

—¿Tú también tendrás tu lobo Tati?— me preguntaba Henry y yo le sonreía triste.

—No pequeño, pero ustedes seguro van a ser unos lobos muy fuertes—

—Sebastián nos dijo que íbamos a guerreros— decía Marina contenta mientras yo preparaba la comida.

—¡Unos guerreros fuertes para proteger a todos!— decía Henry contento saltando cerca de mí.

Sebastián Marden. Hijo del alfa y futuro Alfa de la manada.

Era mayor que yo, un chico fuerte y aun siendo un adolescente todos lo escuchaban, era inteligente, respetado y amado. Por supuesto que era atractivo y el sueño de todas las chicas. Claro que en cuanto a mí… pues él hacía como que yo no existía.

Lo veía reírse de los chistes que hacían los otros sobre mi cuerpo y cuando limpiaba su cuarto, ni me veía. En general… yo era peor que nada para él. A veces intentaba acercarme, pues él sería el futuro alfa… pero él me apartaba y se alejaba de mí como si yo tuviera una enfermedad contagiosa.

—Voy al pueblo un momento a comprar algo para la salsa que tanto les gusta… y vuelvo, ¿está bien?— digo y en minutos, tomaba mi bicicleta y salía.

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