Una curvy para el Alfa romance Capítulo 124

Sebastián

Los veía acercarse, correr hacia mí. Confiaban en que ellos eran mayoría, al fin y al cabo yo era solo un hombre lobo, un Alfa con mucho poder, pero solo uno.

Claro que ellos no sabían sobre mí, no sabían lo que yo me había convertido y en lo que podría hacerles.

No se debe meter con la mate de un Alfa. Punto. Y ellos habían cometido un error garrafal.

—¿Puedes sentirlo?— me preguntaba mi lobo.

Connor no tenía miedo, aun cuando decenas de lobos estaban contra nosotros.

—Puedo sentirlo... —

El poder atravesaba todo mi cuerpo, fundiéndose en mis venas, viajando por cada célula, llenándola de una fuerza increíble. Mi aura de Alfa se expandió aún más, y ya ni siquiera podía saber dónde terminaba.

Los demás lobos deben haberlo sentido, pero ya era muy tarde y mientras más acercaban la sensación empeoraba. Connor no se movió, sino que sacó sus garras y soltó un gruñido que hizo temblar la tierra.

Era el grito de un verdadero Alfa, uno sin comparación, y pude ver como rápidamente, los demás lobos fueron golpeados como si los hubiese impactado un rayo. Marco había enviado a sus guerreros primero, mientras el resto de los alfas esperaba atrás para rematarme.

—¿Qué… demonios?— dijo uno del concilio antes de que sucediera todo.

Los lobos volaron por los aires, mientras la confusión reinaba, yo actué tan rápido que ellos mismos ni se dieron cuenta. No había forma de preverlo. Escuchaba sus gritos desesperados y de sorpresa, mientras los que venían atrás intentaban enterrar sus garras al suelo y evitar ser arrastrados por mi fuerza.

—¡No!—

—¡Auxilio!—

Los alfas se golpearon contra paredes y árboles, algunos quedaron noqueados instantáneamente, mientras escuchaba gritos de dolor, huesos romperse y el caos de la sorpresa y la angustia, pegándoles de cerca.

Los que estuvieron más lejos o tuvieron más suerte, huyeron despavoridos. Una buena parte nunca se levantó, mientras podía ver a Marco y a los hombres del Concilio en el suelo, mirándome con asombro.

—¡Huyan! ¡Huyan de aquí!— gritaban desesperados. Era una locura y una masacre.

La batalla prácticamente se había declarado. Yo había demostrado mi poder. Me tendrían miedo, sí. Pero también se prepararían para combatirme, dominarme, acabarme. Me había puesto en el ojo del huracán, pero no podía ser de otra manera.

—Vamos donde mate…— le decía a Connor, y no tuve que repetírselo dos veces.

Dimos una larga vuelta para perderlos, pasamos por ríos y nos desviamos por la parte más remota de mi territorio.

Ya estaba atardeciendo cuando entré a la casa de ella, y su olor me llenó de vida. La encontré justamente saliendo del baño con una toalla al rededor de su cuerpo, el olor a fresas era fantástico y suspiré tratando de absorber su perfume.

Pude ver su expresión de sorpresa, luego alegría para después cambiar a preocupación cuando veía mi estado.

—¡Sebastián! ¿Qué demonios ha sucedido?— ella preguntaba cuando yo solo quería ir a su abrazo.

—¿Qué te hicieron?—

Yo sentía la adrenalina golpeando mis venas, todo ese poder llevándome el límite, solo podía pensar en que estábamos en peligro y que esta escena de ella... tan dulce, preocupada por mí, tan segura y tranquila en esta casa, podría acabarse algún día.