Una curvy para el Alfa romance Capítulo 173

—¡Aquella casa! La que está más cerca del bosque, tiene una puerta trasera— decía Noemí.

Y cuando justo estábamos llegando se atravesaron hombres enmascarados disparando con metralletas mientras todos nos lanzábamos al suelo.

Veía lobos caer de inmediato, recibiendo balas unas tras otras. Mi mano ahora realmente me dolía y yo sentí que este era nuestro fin.

En ese momento apareció un rugido y me di cuenta de que eran decenas de autos que pasaban atropellando a los lobos enemigos y a los hombres enmascarados.

—¡Gente del pueblo!— decía yo entusiasmada.

Se suponía que se iban a quedar en la retaguardia, pero no había mejor momento para actuar que ahora, y nadie manejaba mejor que los humanos. De repente se abrió la puerta de uno de los autos y escuché una voz muy conocida.

—¡Vamos súbanse!— gritaba Martín y mientras entrábamos y nos agachamos.

Aparecían más disparos que rompían los vidrios, mientras mi amigo manejaba como un demente, llevándose a los enmascarados por delante y protegiendo a los nuestros.

—¡Mi mate!— decía Noemí como si hubiese visto un ángel.

—No creías que te iba a dejar mi lobita, ¿No es cierto?— decía él viéndola con amor.

—¡Ojos en el camino Martín!— gritaba Henry.

—Ohhh créanme que no los pierdo de vista. Estos malditos, pagarán todo el daño que han hecho…— decía él con odio mientras veía hombres y mujeres en sus autos, Gaby a la cabeza, avanzando por el territorio, persiguiendo a los hombres con sus armas.

—¡Sigan a esos desgraciados!— gritaba ella mientras los autos se perdían de vista.

Cuando llegamos a la casa estaba a oscuras y yo veía a todos con algunas heridas, mientras la mía sangraba cada vez más.

Todos corrían buscando agua, Henry se quedaban en la puerta y Martín se echaba al suelo, agotado.

—¿Escucharon eso?— preguntaba Noemí mientras se detenía en la cocina y la puerta se abría de repente y una figura aparecía.

—¿Quiénes son? ¡Alto ahí!— decía firme y veía que un cuchillo volaba y se clavaba en la pared justa por encima de mi cabeza. Cuando reconocí la voz.

—¿Luna Nancy?— pregunté y de repente se encendieron las luces.

—¿Tatiana? ¡Noemí! ¡Chicos!— decía la mujer. Tenía un brazo con una venda, se veía agotada pero feliz de vernos.

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