Una curvy para el Alfa romance Capítulo 4

Tatiana

—¿Te vas a tu casa?— me preguntó de repente, acercándose. ¿Y qué demonios le importaba a él?

—Sí... — dije retomando mi camino y alejándome de él lo más rápido que podía. Pero en segundos estaba a mi lado.

—¿Quieres que te acompañe? Es solo el camino…— preguntó y me quedé perpleja.

—Es cerca y es un pueblo seguro— contesté. Pero él sigue a mi lado y yo me detenía y lo veía, buscando descifrar qué sucedía y a la vez intentando que él entendiera que no quería su compañía. Parecía ansioso.

—Sobre lo que sucedió... no debió pasar, el resto de los alfas fueron muy maleducados... y… — dijo dando un par de pasos más, hacia mí, y yo daba dos pasos hacia atrás.

—No es diferente a como me han tratado los hombres lobos en el pasado, así que no me extraña... — digo y puedo ver que mi respuesta no le gusta y parece dolido. Pero es la verdad.

—Tati yo... —

—Tatiana— digo firme. No sé qué quiere este hombre, pero no parece entender que no quiero estar cerca de él.

—¿Disculpa? — pregunta él con una expresión perdida.

—Mi nombre es Tatiana... —digo marcando bien la diferencia.

Él no es mi amigo ni nadie querido para mí para decirme cómo le plazca, él tiene una expresión extraña y de repente veo que observa hacia mi bolso. Y ahora entiendo lo que sucede.

—Ahhh solo… ¿Querías tu camisa de vuelta? ¿Es eso?— pregunto y él se queda con la boca abierta y yo procedo a jalar la prenda de un tirón de mi bolso y se la doy.

—No me la iba a quedar, no soy una ladrona, simplemente quería lavarla antes entregártela en la mañana— digo y él la toma.

—No es necesario... —dice él con el ceño fruncido. Luego se queda viendo mi mano, la cual toma y tiene una expresión preocupada.

—¿Te duele? Deberías tapártela… cuidarte… tú no te curas tan rápido y…— claro, los hombres lobos se curan mucho más rápido.

—Si lo sé… no soy un hombre lobo, solo una simple humana— digo y alejo mi mano de él vuelta. Sebastián parece lamentar sus palabras.

—Bien... ¿Algo más? Si no te molesta, ya estoy fuera de mi trabajo, no tengo por qué atenderte y complacerte. Aquí ya no soy más tu mesera, sino una ciudadana normal— espeto.

—Yo nunca... —

—Te pido que por favor me dejes en paz... — digo y marcho hacia mi casa sin voltear. Lo escucho suspirar y unos pasos detrás de mí, hasta que parece rendirse.

Cuando entro, cierro la puerta de golpe y suspiro. Mis niños salen a recibirme con sonrisas y tienen una mirada extraña de repente.

—¿Por qué hueles a Alfa Sebastián?— pregunta Henry.

—Es una historia muy larga que no quiero contar ahora… pero traje lo que sobró del restaurante… así que tendremos una buena cena. Me voy bañando— digo después de darle besos a cada uno. Pero cuando salgo del baño y voy a la cocina los veo con expresiones extrañas. Marina no deja de lanzar miradas hacia la ventana.

—¿Está todo bien?— pregunto y ellos hacen como si nada sucede.

Después de que tenemos una cena extraña en donde ellos estaban inusualmente callados, me asomo a la ventana y no observó absolutamente nada. Debe que ser cosas de hombres lobos, pienso.

A la mañana siguiente, busco una falda negra y una camisa a juego, y creo que ni el mismo Gaby se dará cuenta de que no tengo el uniforme. Y en lo que llego al restaurante me encuentro con nuevas noticias.

—¿Puedes creer que el alcalde va a hacer una fiesta especial por la llegada de estos empresarios? Dice que quiere poner al pueblo en el mapa, ¿no es fantástico?— dice Mariela muy contenta. Yo intento ocultar mi cara de horror. Sé que la diosa luna no me escuchará porque no soy hombre lobo, pero… ¿En serio? ¿Era esto necesario?

El día es una pesadilla, alfa Marco intenta boicotear mi trabajo todas las veces posibles, pero creo poder sortearlas. Cada vez siento menos miedo y más molestia.

—Tenemos demasiados atentados en las manadas…—

—El Concilio tiene que ayudarnos, acabar con esto— escuchaba decirlos a ellos mientras pasaba de aquí a allá. Pensé que eran ideas mías, pero sentía la mirada de Sebastián a donde yo iba.

—Y bien... ¿Qué te vas a poner?— me preguntaba Mariela recostada del bar con una expresión soñadora.

—¿Que me voy a poner de qué?— preguntaba yo mientras secaba los vasos. Estaba tan ansiosa que buscaba cualquier cosa que hacer con tal de estar ocupada.

—¡Para la fiesta tontita! Es hoy... — decía emocionada.

—Oh maldición... — decía yo en voz alta.

—Yo que tú… me pondría ese vestido rojo que compramos juntas… que tiene un buen escote, tú sabes… ese que te hace lucir como una sirena. Curvas, curvas curvas…— decía ella guiñándome un ojo.

—No tengo ninguna intención de ir... mis hermanos están en casa, así que quiero quedarme con ellos... — dije y de repente, pasaba Gaby.

—Lo siento chicas... el alcalde me acaba de llamar para pedirnos si podríamos ayudar a servir en la fiesta. Sé que han estado trabajando muchísimo, pero van a ser pocos días y la paga es realmente buena— decía él y yo me quería morir.

Mi cara se caía mientras la de mi amiga prácticamente brillaba de alegría. Ahora mi pesadilla no solo no se terminaba sino que se extendía.

Nos empezamos a mover hacia el lugar donde se realizaban eventos, se había puesto un gran movimiento y ajetreo en esta preparación.

Era de las pocas que me había quedado en el restaurante con las últimas cosas, cuando alguien me sorprendió en uno de los pasillos. Y mi corazón de un vuelco cuando me di cuenta de que era Marco.

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