Tatiana
¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿En qué tipo de realidad paralela había caído?
Sebastián lucía desesperado. Tenía el cabello despeinado, como si se hubiese pasado la mano varias veces por la cabeza, y notaba que tenía los ojos muy abiertos. Su camisa estaba desabotonada, parecía que tenía calor. Empecé a dar varios pasos hacia atrás.
No sabía qué hacer. Podía escucharlo respirar fuerte, y de repente recordé que los hombres lobo eran criaturas peligrosas. Mi cuerpo me lo decía, yo tenía miedo. Recordé el fuego en la manada, él echándome. Marina y Henry gritando.
—¿Qué... qué haces aquí? Este es el baño de mujeres.
—¿A dónde vas vestida así? Tu uniforme estaba manchado. ¿Es por eso que te pusiste eso? ¿Quién lo hizo? —preguntó entre dientes,mi espalda chocó contra el tope de los lavamanos
¿Y a él qué le importa?
Se veía tenso, como si intentara reprimir algo. A mí no me quedaba la menor duda de que era odio y disgusto. Pero las palabras se quedaron en mi garganta, y sentí una extraña oleada de terror cuando sus ojos se oscurecieron.
Quería salir corriendo como en esos dibujos animados, donde quedaba la marca del cuerpo del personaje a través de la pared, y desaparece por un campo. Casi ni respiraba cuando Sebastián apoyó sus manos en el tope de los lavamanos, acercando su cara a mi cuello. Pensé que iba a susurrarme algo, posiblemente algo desagradable, o quizás atacarme… pero no salió ninguna palabra, sino que escuchaba su respiración ajetreada, y ligeramente la punta de su nariz rozando mi piel. Los gruñidos eran cada vez más estridentes.
Coloqué mis manos delante, intentando protegerme, y cuando me alejé, Sebastián gruñó cuando me distencié.
—Respóndeme, ¿para dónde vas?
—A trabajar, yo…
—No vas a trabajar así frente a los demás alfas. De ninguna manera.
Lo miré, perdida. Él me detallaba, especialmente mi pecho que sobresalía del escote, apretado en este uniforme que no era de mi talla. De repente, suspiró, como si hubiese tomado una decisión. Y lo que hizo a continuación fue aún más extraño que todo lo que había pasado en los últimos segundos. Vi prácticamente en cámara lenta cómo él se quitaba su chaqueta y luego iba a su camisa, desabotonando con precisión.
—¿Qué haces?— pregunté escandalizada. No sabía qué pensar. No había ninguna razón lógica para que este alfa que tanto me odiaba estuviera desnudándose delante de mí, ¡aquí, en mi trabajo! Podía ver sus tatuajes, su piel perfecta y bronceada, algunas cicatrices.
Era malditamente glorioso.
Sus brazos tenían venas que le sobresalían, sus músculos marcados, sus tatuajes de lobos y otras figuras. Era alto y yo tenía su pecho casi en frente de mí. Y podía decir, con toda la seguridad, que era un espécimen increíble. Y cuando terminó, me observaba. Tenía la camisa abierta y, debajo, una camiseta blanca.
¿Cuáles eran las intenciones de este hombre?
—Quítate la ropa —demandó.
—¿Perdón?
—Me escuchaste. Quítate la ropa inmediatamente —su voz era autoritaria.
¿Quería que me desnudara? Diosa, me va a matar y echar mi cuerpo por ahí.
—Yo no…
—El uniforme no te queda. ¿No lo ves? No vas a salir así. Ya te lo dije.
—No lo haré — respondí, encontrando mi dignidad. Ya había sufrido bastante en sus manos, no iba a permitir más humillaciones. Si iba a acabar conmigo, lo haría luchando.
Pero no tuve oportunidad. Rápidamente, sus manos fueron al cuello de mi uniforme. Empecé a empujarlo, pero en segundos había jalado la tela, abriéndola de un tirón. La rompió, y los botones salieron disparados por los aires.
—¡No!— grité, sintiendo cómo mi cara se enrojecía de la vergüenza. Me tapé el cuerpo con los brazos mientras él tiraba los pedazos de tela. Quedé ahí, como una tonta, totalmente expuesta, semidesnuda en mi ropa interior. Sentí frío, y mi cuerpo temblaba mientras él me observaba. Quería llorar. No me quitaba los ojos de encima, me detallaba, mientras trataba de cubrir mi pecho y mi abdomen como podía. La falda del vestido había quedado milagrosamente sujeta por un par de costuras.
—¿Por qué...? —le pregunté, tartamudeando.
No respondió. En su lugar, se quitó la camisa, tomó mis brazos y me ayudó a ponérmela mientras yo hacía todo lo posible por ocultar mi cuerpo. Sentí la punta de sus dedos rozando mi piel. Luego, abotonó la camisa con dedos temblorosos, sin dejar de mirarme, hasta llegar al último botón, como si no quisiera que nada de mi cuerpo quedara expuesto. Cuando sus manos se acercaron a mi pecho, lo escuché gruñir, y yo aguantaba la respiración. Era palpable el calor que irradiaba su cuerpo y un perfume que no podía describir.
Pero cuando miró la falda, yo ya había llegado al límite.
—No, alejate ¡Déjame! ¡No me toques! —grité. Él me observó, sorprendido y… ¿dolido?
—¡Solo quiero que te cubras! —respondió, ofendido. Claro, estaba decidido a esconderme. ¿Qué le importaba a él cómo me viera?
—¡Yo no necesito tu ayuda! —volví a gritar.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Una curvy para el Alfa
La estoy matando, pero necesitamos los capítulos que siguen por favor...
Apasionante, mas capitulos!...
Me encanta...