Tatiana
—Quizás deberías quedarte en casa Tati—sugirió Marina. A medida que se acercaba la hora de mi cita, ella y Henry se ponían cada vez más extraños. Y vaya que ya habían estado bien extrañitos.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—El bosque está raro, no sé, hay algo extraño.
Peor yo ya había acordado mi cita, y no me iba a echar para atrás. Necesitaba salir de aquí, más aun después de estos días del horror. A decir verdad, Andrés me parecía atractivo. Recién empezábamos a salir, nada serio. Yo era humana, y los humanos teníamos citas… no un flechazo de mates.
—Tienes razón, escuché aullidos toda la noche. Creo que deben ser los lobos. ¿Les dejaron comida? —les pregunté. Ellos se miraron, casi asustados.
—¿Qué demonios les sucede? ¿Henry? ¿Marina? —insistí, pero no obtuve respuesta. Así que me dispuse a a salir.
—¡Espera! ¡Espera! —gritó Henry, trayéndome una bata. Rayos, solo tenía una toalla puesta. De pronto, un gruñido se escuchó cerca de la puerta.
—Deben tener hambre, pobrecitos —murmuré. Pero al salir, no vi nada. Qué extraño.
—Chicos, me voy a terminar de preparar. Andrés debe estar por llegar.
Fui al clóset a buscar el vestido que Mariela siempre dice que me queda bien. Negro, algo ajustado… quizás demasiado, pero resalta mis curvas. No sé si quería “acción”, como ella decía, pero al menos quería verme bien. Una vez, al menos.
—¿Qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunté al ver sus caras.
—No… nada —respondieron. ¿Qué les pasa a estos chicos? Ya era la hora. Me terminé de arreglar, me maquillé.
—Bien. ¿Se van a quedar aquí, cierto? No se metan en problemas.
Cuando salí, me pareció ver en la oscuridad los ojos de un lobo, y oí un gruñido. Andrés se asomó desde el auto. No me abrió la puerta, pero me lanzó una mirada apreciativa.
—Hola, Tati. ¡Vaya! Hoy luces… preciosa —comentó, mirándome de arriba abajo cuando me senté a su lado.
—Ehh… gracias —respondí. No era un hombre de cumplidos. Mejor dicho, pocas veces decía algo sobre mí. Era alto, algo musculoso, pero con algo de panza. Me hacía reír. Trabajaba en una construcción en otro pueblo. Acababa de salir de una relación larga y no hablaba demasiado bien de su ex.
Nunca tuve novio, y muchas veces me preguntaba qué veía en mí. Una pueblerina con sobrepeso, recién ascendida en el restaurante. Demasiado normal. Pensaba que él podría conseguir a la mujer que quisiera, pero seguía invitándome a salir.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—A un lugar que me recomendaron —respondió. Noté que íbamos hacia su pueblo. El restaurante no parecía muy romántico, y todos conocían a Andrés. Supongo que era su lugar habitual. Más bien un bar de paso, con un menú pequeño. No sabía qué pensar; nunca había venido aquí. Andrés no me quitaba la mirada de encima.
—Realmente luces espectacular —comentó por quincuagésima vez, tomando mi mano y besándola, mientras miraba descaradamente mi escote. Debo admitir que es abultado, y aun así no me agradaba que pasara toda la noche mirando mis pechos. Mariela insiste en que debo abrazar mis curvas, y aceptar mi propia belleza. Pero mi vida ha sido dura. Las burlas en la manada no se olvidan así como así.
—Quizás más tarde podríamos ir a un lugar más… íntimo, tú sabes. Mi casa queda cerca —indicó, pero fue interrumpido por lo que sonó como una tos… ¿o un gruñido?
—Podrías trabajar aquí, así te tengo más cerca… —agregó, justo cuando una sombra se acercó.
Palidecí al ver que, parado frente a nuestra mesa, no era otro que Sebastián.
—Qué sorpresa encontrarnos aquí, Tatiana —dijo con voz fuerte. Me quedé con la boca abierta. Levanté la mirada sin poder evitarlo. Sebastián llevaba una camiseta y unos jeans que, si no me equivocaba, parecían ser de Henry. Y que me parta un rayo, aun así, parecía haber bajado del cielo. Su mirada recorrió mi rostro, bajó a mi escote, a mi vestido, y volvió a mis ojos. Apretaba la mandíbula, los puños cerrados, tenso como un violín. Sin embargo, al escuchar a unos borrachos reírse y mirar alrededor, su expresión se tornó aún más molesta. Ni hablar del momento en que se fijó en mi cita. Era como si el infierno se hubiese congelado.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con la garganta seca.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Andrés, examinando de arriba abajo al hombre asombrosamente atractivo que acababa de acercarse y que, evidentemente, me conocía—. ¿Un cliente tuyo, Tati? Jamás lo vi en el pueblo —frunció el ceño, y era evidente que los dos hombres estaban a punto de entrar en una competencia silenciosa para ver quién imponía más autoridad. Ya sabíamos quién iba a ganar.
—Lo conocí en un trabajo anterior —respondí, temiendo que Sebastián fuera a decir que yo era una traidora que quemó a su gente.
—Yo era algo más que un conocido —corrigió, y lo miré espantada—. ¿No es así, Tatiana? Nos conocemos de toda la vida —exclamó. ¿Qué?
Y si pensaba que esto ya era lo suficientemente extraño, noté que, justo detrás, estaban nada menos que Henry y Marina, con cara de ciervos espantados. Miraban para todos lados, como si no quisieran estar allí.
—¿Marina, Henry? ¿Qué hacen aquí?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Una curvy para el Alfa
La estoy matando, pero necesitamos los capítulos que siguen por favor...
Apasionante, mas capitulos!...
Me encanta...