Tatiana
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Yo les pedí que me acompañaran, son mis guerreros. Solo obedecieron, ellos no tienen la culpa. Lo juro —dijo Sebastián, apareciendo en la puerta de mi casa como si nada hubiese sucedido. Como si no me hubiese acusado de arruinar su manada. Como si no me hubiera echado a patadas al bosque. Entró como un rey que daba inicio a todo.
—¿Quién te crees que eres? ¿Cómo entraste aquí? ¿Cómo sabes siquiera dónde vivo?
—Vengo en son de paz. Solo quería dejar en claro que ellos fueron en contra de su voluntad. Usé mi comando de alfa para obligarlos a decirme dónde estabas —en son de paz… sí, cómo no. Él era el alfa de mis niños, peor no era nada mío.
—¿Por qué harías algo así? ¿Por qué te meterías en mi vida?
—Es mi deber. No debes estar con otro —exclamó. Marina y Henry estaban pegados a la pared, casi temblando.
—¿Con otro?
—Con otro hombre. Olías a alfa… y a ese otro muchacho. Estaba preocupado.
—¿Yo te preocupo? ¿Que ande con otro hombre? Realmente has perdido la cabeza —exclamé. Quizás la loca era yo. Estaba a punto de estallar.
Pero en mi defensa, nunca pensé que tendría este momento. Esta oportunidad de enfrentarme a mi injusto pasado. Pensé que sería una traidora por siempre, la humana que falló a todos, aun cuando lo único que hice en mi estadía en Medianoche fue preocuparme por ellos. Juré no volver a ver a estos lobos. Creí que el destino se reía de mí… pero quizás me estaba dando una nueva oportunidad. Como dicen por ahí: si la vida te da limones, haz una limonada.
—Cosas raras están pasando allá afuera: rogues, ataques… Tenía que protegerte. No podía… —pronunció cada palabra con suavidad, especialmente mi nombre.
—¿Tú? ¿Protegerme? Arruinaste mi cita, mi noche ¿Con qué derecho? —espeté. Su quijada se tensaba. Tenía miedo, pero era el momento de sacar todo lo que tenía por dentro. Porque si no, creo que me moriría.
—Es mi deber. Tú no debes andar con ese… —dijo simplemente. ¿Es en serio?
—¿Quién diablos te crees?
—Ese humano no es un buen hombre. No tiene buenas intenciones. Es un grosero, aprovechado y cobarde ¡se que lo sabes! ¡Te miraba como si fueras su cena! —contestó, como si fuera mi dueño.
—¿Y qué si me veía así? Sigo sin entender por qué te metiste en mi cita. Además, ¿no me digas que acaso tú sí eres un buen hombre? Porque has hecho poco o nada para demostrarlo—respondí, furiosa. Sebastián temblaba, como si su lobo estuviera fuera de sí. Y una parte de mí temió que ese lobo saliera. —Váyanse a dormir —demandé a Marina y Henry, y ellos me lanzaron miradas preocupadas.
—Mejor nos quedamos. De todos modos tenemos súper oído —dice Henry, y yo grito:
—¡Vayan inmediatamente! —los pobres suben de dos en dos las escaleras—. Y tú, vete ahora mismo —ordené.
—No me iré, ya te lo dije —respondió. Me acerqué a él. Sé que no debo, que es peligroso. Pero si moría, lo haría de pie y defendiendo lo que es mío. De casualidad, creo que le doy en el hombro.
—¡Fuera de aquí! —lo empujo, y él da un mínimo paso hacia atrás.
—Soy un alfa y te digo que no me iré. Los alfas protegen, y eso es exactamente lo que estoy haciendo. Nunca me disculparé por ello —respondió entre dientes.
—¿En serio? ¿Mágicamente ahora sí eres mi alfa protector? Porque no lo eras cuando se reían de mí en tu hermosa manada. No era nadie importante cuando me hacían maldades y nadie me ayudaba. ¿Dónde estabas cuando me insultaban? ¿Dónde estaba el gran Sebastián cuando me empujaban y me golpeaban? —grité, rabiosa. Él se sacudió, controlando a su lobo. Se acercó a mí y yo continué—. ¿Cuándo tus amiguitos me trataban mal? ¿Dónde estabas tú? —pregunté—. Estabas, así como ahora, en silencio. Eso era lo que hacías: te quedabas calladito. No hacías nada. ¿Tú eres el buen hombre que me va a defender?
—Tatiana… eso no fue así —dijo rugiendo.
—Tienes razón. Yo soy una traidora mentirosa. Sí hacías algo, ¡cómo no! Te burlabas de mí. Y cuando tu padre te lo ordenó, me tomaste por el brazo y me arrastraste hacia el bosque, muy voluntarioso, haciendo lo que papi decía —grité, y le mostré mi brazo, donde aún quedaban pequeñas marcas de donde él me había sujetado, además de la quemadura del fuego. Él abrió los ojos, horrorizado.
—Hice lo que la manada consideró correcto, pero… —lo vi sufrir, sin saber qué decir. Le había echado la verdad a la cara. Una verdad que él, convenientemente, parecía haber olvidado.
—Esta no es tu manada. Es un pobre pueblo humano, como ustedes le dicen. Y tú, Sebastián… ¡tú no mereces estar en mi casa! —él hizo una mueca de dolor al escuchar cómo pronuncié su nombre, con odio y rencor—. Vete de mi casa —espeté.
—No hay forma ni manera de que me saques de aquí —¿Qué se cree?
—¡Vete de una vez por todas! ¡No eres bienvenido aquí!
—¡Respeta! ¡Soy tu alfa! —clamó, poseído, levantando la voz. Y por un instante, volvió ese miedo, el terror que siempre había sentido. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Sus ojos se abrieron de par en par, como si se arrepintiera de lo que dijo. Pero ya el mal estaba hecho—. Tatiana… yo…
—Aléjate de mí —demandé. Esta era mi casa. Yo era libre y podía decidir sobre mi vida—. Tú no eres mi alfa. Tú mismo me sacaste de la manada. Me echaste como si yo no fuera nada.
—Te guste o no, me quedaré aquí. Es mi deber —insistió.
Mi miedo volvió en oleadas. En mi cabeza repetía que ya no era la humana sucia, la chica gorda de quien la gente se reía. Yo era Tati, la que fue ascendida en el restaurante, que ve películas. La amiga de Mariela y Martín.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Una curvy para el Alfa
La estoy matando, pero necesitamos los capítulos que siguen por favor...
Apasionante, mas capitulos!...
Me encanta...