Haroldo tenía una mirada penetrante y aterradora, y si fuera cualquier otra persona, no habría sobrevivido a su mirada. Aunque la expresión de Vanina no había cambiado desde el principio, sintió que se estaba volviendo loca. ¡Lo que le preocupaba, ocurrió! A sus hijos les encantaba «sorprenderla» en todos los sentidos, así que no era de extrañar que Haroldo fuera en ese momento. Si hubieran jaqueado dos veces el sistema del Departamento de Finanzas de su empresa, ella habría explotado hacía tiempo.
«¿Por qué mis hijos están en contra de Haroldo?». Aunque tenía muchas dudas, seguía simulando estar calmada.
—Entiendo. Entonces, puede entrar y echar un vistazo usted mismo, presidente Luján. Se trata de un asunto importante, así que, por favor, no inculpe a alguien inocente.
—No se preocupe, señorita González. Nunca he tenido la costumbre de acusar a otros. —Diciendo esto, entró a la casa de inmediato.
El lugar estaba decorado de forma minimalista con un diseño único, y el estilo le sentaba muy bien. Tras escudriñar los alrededores, no parecía haber rastro de otra persona. Haroldo frunció las cejas mientras miraba a Vanina de arriba abajo. «¿Es buena fingiendo o hay otra razón...?».
Al mismo tiempo, los tres niños apretaban las orejas contra la puerta de la habitación para escuchar las voces del otro lado. Juan apretó el puño.
—Si el Demonio se atreve a intimidar a mamá, saldremos de inmediato.
Jaime sacudió la cabeza ante la impulsividad de Juan y se negó:
—No podemos. Se lo prometimos a mamá, así que no podemos faltar a nuestra palabra. Si queremos darle una lección al Demonio, hay muchas otras formas de hacerlo más adelante.
Joaquín estuvo de acuerdo con Jaime.
—Tenemos que escuchar a mamá.
«De todos modos, ¿cómo pueden comparar al Demonio con el helado?».
Por desgracia, se escucharon sus voces del otro lado de la puerta y, aunque su conversación no podía oírse con claridad, era evidente que había alguien en la habitación. Con una leve sonrisa, Haroldo miró a Vanina antes de dirigirse hacia la habitación.
—¡Presidente Luján, no puede entrar a esa habitación! —gritó, con el corazón en la boca.
En ese momento, Haroldo se detuvo.
—¿Ah? ¿Qué le preocupa, señorita González?
—¿Quién dijo que estoy preocupada? ¿No cree que sea mala idea que un hombre como usted irrumpa en la habitación de una mujer tan repentinamente?
Vanina se colocó delante de Haroldo y le impidió continuar.
—Señorita González, ¿se siente culpable? Ya le he dado mi razón y hoy tengo que ver esta habitación; así que le aconsejo que no me lo impida. —Su tono de voz dejaba claro que no aceptaba un no por respuesta.
Al oír eso, Vanina también se puso agresiva y replicó con frialdad:
—Es mi casa, así que, sin mi permiso, no tiene derecho a entrar.
—Ja, ¿entonces cómo va a explicar por qué inhabilitó los sistemas internos de mi compañía dos veces?
Sus miradas apáticas se cruzaron, sin que ninguno de los dos estuviera dispuesto a ceder.
—Si ese es el caso, ¡nos encontraremos en la corte! —se burló de manera tajante.
—Estaré esperando. —Vanina no tenía miedo de nada y prefería verlo en el juzgado que dejar que sus hijos se metieran en problemas.
Justo entonces, la puerta de la habitación se abrió de repente; eso hizo que a Vanina se le detuviera el corazón. Sin embargo, cuando vio quién había salido, dejó escapar un suspiro. La niñera, Teresa, sostenía una pequeña rama en la mano y le explicó a Vanina con mal humor:
—Apareció un gato de Dios sabe dónde, pero ya lo ahuyenté.
Vanina volvió a sonreír.
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