En la noche, durante la fiesta de celebración del proyecto del Grupo Méndez.
La recepción se llevaba a cabo en el Hotel Bellavista, propiedad del Grupo Méndez. Bajo las luces resplandecientes, el salón estaba lleno de gente moviéndose de un lado a otro, creando una atmósfera vibrante.-
Isaac llegó acompañado de Selena, y apenas cruzaron la entrada, el bullicio del lugar se apagó de golpe.
Isaac lucía impecable, su figura erguida y el traje perfectamente ajustado, lo hacían ver aún más distinguido y distante.
Selena llevaba un vestido de gala, ajustado en tono rojo oscuro, que resaltaba su silueta. Había recogido su cabello con esmero, dejando caer algunos mechones ondulados que enmarcaban su rostro; su piel parecía aún más luminosa bajo aquellas luces.
De todos lados les llovían miradas, algunas llenas de admiración, otras teñidas de envidia.
Mientras Isaac la guiaba entre la multitud, la gente, sin pensarlo dos veces, se abría para dejarles el paso libre.
Unos cuantos miembros de la junta directiva se acercaron primero, con sonrisas amplias aunque con el cuerpo inclinado en señal de respeto.
—Presidente Méndez, una vez más usted fue quien movió los hilos de este proyecto. En el medio no se habla de otra cosa, dicen que con esta jugada el Grupo Méndez le lleva cinco años de ventaja a la competencia.
El hombre apenas terminó de hablar y ya se retiraba con cierta incomodidad, dejando espacio para que otros se acercaran de inmediato, ansiosos por hacerse notar ante Isaac.
—Señor Méndez, nos enteramos que incluso los de arriba lo felicitaron personalmente. ¡Ese reconocimiento no lo tiene nadie más en nuestro círculo! —exclamó otro.
—Presidente Méndez, escuché que el proyecto en Asia-Pacífico dejó con la boca abierta a los viejos del consejo —intervino el heredero de otro grupo empresarial, alzando su copa de champán, con una actitud demasiado entusiasta—. Usted en una sola jugada generó tres mil millones de pesos en ganancias. Deje algo para los demás, ¿no cree?
Isaac mantenía una media sonrisa en los labios, aunque sus ojos permanecían impasibles. Movía la copa de champán en su mano, sin responder pero tampoco dejando a nadie en mal momento.
Ya estaba acostumbrado a esos discursos llenos de adulaciones; tras escucharlos tantas veces, se le habían vuelto ruido de fondo, entraban por un oído y salían por el otro.
Entre el ir y venir de copas y saludos, el murmullo de voces bajó de volumen, como si todos sintieran la llegada de algo inesperado.
Selena notó que el brazo de Isaac se tensaba levemente. Instintivamente, siguió la dirección de su mirada y vio a una mujer de figura esbelta avanzando con paso lento hacia la entrada.
Isabel Ríos.
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