Sobre la piel blanca y suave, la marca resaltaba con claridad.
Rubén tomó una pomada del cajón, se la pasó a Beatriz y señaló su cuello. Ella le agradeció con un susurro.
—¿Cómo te fue en la exposición de joyas?
—Muy bien, fue un éxito —respondió Beatriz. Al recordar algo, agregó—: Esta noche quizá salga un rato con Liam, te aviso de una vez.
Rubén arrugó apenas la frente, casi imperceptible.
—¿Tienen algún plan?
—Más bien una estrategia —corrigió Beatriz.
—Está bien —no preguntó más.
...
Esa noche, a las once y media, Beatriz salió de la ducha y se acomodó en la cama, vestida con su pijama. Se recargó en la cabecera, sintiéndose invadida por una extraña incomodidad.
Pensó que, para todo lo que había vivido, era absurdo sentirse así. ¡Vaya fracaso el suyo! Dos matrimonios y, aun así, era la primera vez que compartía cama con un hombre.
Apoyada en la almohada, escuchó el sonido del agua corriendo en el baño. Solo entonces recordó lo que Rubén le había dicho hacía un rato.
No había exnovias ni nada parecido.
Eso quería decir… ¿Nunca había tenido novia?
¡Dios santo!
¿Un hombre maduro sin experiencia?
¿Un roble que por fin da flores?
Beatriz, de repente inquieta, se destapó y se deslizó fuera de la cama, masajeándose las sienes con gesto cansado.
—¿Te sientes mal?
La voz repentina la sobresaltó y la hizo sentarse de golpe.
Miró a Rubén, todavía sorprendida.
Acababa de salir de la ducha, envuelto en una bata azul oscuro. Su cabello mojado, apenas secado, goteaba lento hasta desaparecer en el cuello de la tela.
Cada gota se perdía ahí, como si el tiempo se detuviera.
El hombre tenía una figura imponente, el cuerpo de alguien que entrenaba desde hace años: hombros anchos, cintura estrecha. Su altura, uno con ochenta y nueve, llenaba de presencia la habitación.


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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina