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Ayer me despreciaste por coja, hoy me deseas por reina romance Capítulo 132

—Señorita, el carro ya está aquí —anunció Liam al detenerse justo frente a la entrada.

Beatriz se despidió de la gente con una sonrisa y subió al carro sin prisa.

—Hace rato vi a Carlota, parecía confundida de por qué no hiciste nada —comentó Liam mientras giraba el volante y salía del estacionamiento. Le brotó una risita—: Seguro jamás pensó que ni siquiera tenías intención de armar un escándalo en Sabor Latino.

Beatriz no perdió la sonrisa, sacudió la manta y la acomodó sobre sus piernas. Miró a Liam con un gesto juguetón.

—Hablas demasiado, ponte a manejar bien.

...

El tráfico de Solsepia siempre fue la pesadilla de los jefes de gobierno: carros por todos lados, restricciones de placas según el día, y hasta limitaciones para vehículos foráneos. Nada parecía aliviar el caos.

Carlota avanzaba con el resto, atrapada en el lento río de carros. Cuando cambió el semáforo, quedó sola, esperando su turno justo frente al cruce peatonal.

Acomodó una mano en el volante y con la otra se sostuvo la cabeza, pensativa. ¿Qué estaría tramando Beatriz?

De pronto, se escuchó un golpe sordo: —¡Pum!—

Una anciana en triciclo se había caído justo frente a su carro, y el toldo del triciclo había golpeado su cofre.

Carlota bajó del carro con cautela, echó un vistazo alrededor y, solo cuando confirmó que había cámaras de seguridad cerca, ayudó a la señora a ponerse de pie.

Llevó a la anciana hasta la banqueta. Un agente de tránsito se acercó, ayudó a mover el triciclo fuera del camino y preguntó qué había pasado.

Carlota explicó lo mínimo indispensable y regresó a su carro sin más rodeos. Era un acto cotidiano, casi insignificante, como si hubiera recogido a un gatito perdido y lo hubiera dejado en la orilla de la calle.

Para Carlota, nada de aquello merecía la menor importancia.

Pero, en manos de Beatriz, ese gesto inocente se convertiría en una daga afilada.

...

En el baño de Montaña Esmeralda, Beatriz estaba frente al lavamanos. El agua caía con fuerza. Con una mano comprobó la temperatura, mientras en la otra sostenía su teléfono y miraba fijamente la pantalla.

Repetía el video de Carlota ayudando a la anciana, una y otra vez, analizando cada movimiento, cada expresión. Cuando el número en la pantalla empezó a parpadear, dejó de mirar el video y contestó la llamada.

—Señorita, ya se difundió el mensaje.

—Entendido —respondió Beatriz con voz serena.

Dejó el teléfono a un lado, aplicó desmaquillante en sus palmas y comenzó a frotarlas con calma.

Cada movimiento de sus dedos transmitía una seguridad absoluta, como si tuviera el destino de todos en la palma de la mano.

¿Cómo era ese dicho? Si quieres destruir a alguien, primero tienes que dejar que se endiose.

La sonrisa en los labios de Beatriz se fue ampliando poco a poco. Alzó un dedo y escribió despacio dos letras en el gran espejo doble.

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