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Celina: entre la medicina y el adiós definitivo romance Capítulo 9

Disculpas…

Celina no pudo evitar sonreír con amargura, apretando con fuerza el borrador del acuerdo de divorcio que tenía en la mano. Hizo todo lo posible por mantener la voz tranquila.

—¿Vas a regresar esta noche?

—Emilio, ¿quién te llama? —se escuchó la voz melosa de Abril del otro lado.

—Es una llamada del trabajo —contestó Emilio sin preocuparse de que la llamada seguía activa—. ¿A qué hora sales? Te acompaño a recoger a Santi si quieres.

Abril soltó una risa más alegre aún.

—Hoy no tengo mucho que hacer, salgo a las seis.

Celina, aturdida, apenas se dio cuenta cuando la llamada se cortó.

Miró el acuerdo de divorcio ya firmado. Ella solo quería acordar que él viniera a casa a firmar, pero ni siquiera tuvo la paciencia para escucharla hasta el final.

Qué ridículo.

Pensar que alguna vez creyó en sus promesas…

...

Esa tarde, Emilio acompañó a Abril al kínder para recoger a Santiago.

Santiago salió del plantel de la mano de la directora. En cuanto vio a Emilio, se soltó y corrió hacia él.

—¡Papá!

Todos los presentes miraron la escena. Santiago se abrazó de inmediato a la pierna de Emilio, con los ojos radiantes de alegría.

—¿Papá, viniste con mi mamá por mí?

La directora se acercó sonriendo a Emilio y a Abril.

—Señor Arce, señora Arce, hoy Santiago se portó muy bien en la clase; hasta le dimos una estrellita por su esfuerzo.

El entrecejo de Emilio se tensó y miró a la directora.

—¿Qué señora Arce?

La directora se quedó pasmada.

¿No era ella?

Abril, notando la tensión, se apresuró a tomarle la mano.

—Emilio, no te enojes. La directora solo se confundió con el apellido. —Luego volteó a la directora—. Mejor no diga eso frente a los demás, por favor.

La directora no entendía nada.

¿Y eso a qué viene?

Si hasta la propia Abril había dado a entender en la inscripción que era la madre de Santiago.

Entonces, si ella no era la señora Arce, ese niño…

¡Qué enredo traen los ricos!

Santiago, asustado por el gesto de Emilio, retrocedió.

Celina estaba en la barra de la casa, tomando whisky. No era de tomar mucho, solo de vez en cuando se preparaba algo cuando tenía tiempo libre.

Al escuchar que se abría la puerta, se quedó helada.

Emilio cruzó el umbral, con el saco colgado en el antebrazo y solo una camisa gris de tela suave puesta.

Se cambió los zapatos en silencio y la miró.

—¿Estuviste tomando?

Celina reaccionó y contestó con calma.

—Solo un poco.

Dejó el vaso en la barra y se puso de pie, pasándolo de largo. La luz blanca iluminó su cara, donde el enrojecimiento y la inflamación eran imposibles de ocultar.

Emilio la observó con atención.

—¿Qué te pasó en la cara?

Ella se detuvo, sorprendida.

Y en el fondo, le dio risa.

¿Desde cuándo le importaba a él?

Antes de que pudiera responder, la voz del hombre se escuchó a su espalda.

—¿Te pegó Felipe Flores?

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