Tatiana estuvo a punto de llorar de la emoción.
—Papá… —Dani murmuró, con la mirada clavada en Tatiana, que seguía sentada en la silla de ruedas. Parecía adivinar quién era ella y, nervioso, apretó el borde de su ropa, sin saber muy bien qué hacer.
Luci, en cambio, observaba a Margarita con los ojos brillando de entusiasmo.
—Margarita… —abrió la boca, queriendo llamarla, pero Margarita le hizo una seña con la cabeza, pidiéndole silencio. Luci no lo entendía, pero obedeció y cerró la boca enseguida.
—¿Son Luci y Dani? —Tatiana apenas podía controlar el dolor en su pecho. Extendió los brazos hacia ellos—. Soy su mamá, vengan… ¿Puedo abrazarlos, por favor?
Luci, lejos de acercarse, retrocedió asustada y se pegó a la pared. Solo Dani vaciló un momento y, con pasos lentos, fue hasta Tatiana.
Dani le extendió la mano con mucho cuidado y le tocó la mejilla, como si quisiera comprobar que de verdad era ella.
—¿De verdad eres mi mamá?
—Sí, cariño… Soy tu mamá, la tuya y la de Luci —contestó Tatiana en voz baja y dulce.
Moría de ganas por abrazarlo, por apretarlo contra su pecho, pero temía asustarlo. Para Dani y Luci, ella no era más que una desconocida que había dormido durante cinco años…
Valeriano intervino con voz firme:
—Ya es tarde. Dani, lleva a tu hermana al cuarto a dormir. Lo de tu mamá, se los voy a explicar bien mañana cuando regresen de la escuela.
Dani miró varias veces a Tatiana antes de dar la espalda y subir las escaleras.
Tatiana, sin poder contenerse, lo llamó:
—Dani, ¿puedo abrazarte, aunque sea un momento?
Se le notaba la desesperación en la voz. Una lágrima se deslizó bajo sus lentes oscuros.
Dani dudó un largo rato. Cuando por fin se giró para ir hacia ella, Valeriano lo detuvo con esa autoridad de padre que no deja lugar a discusión:
—Dani, a tu cuarto.
Valeriano puso una mano sobre el hombro de Tatiana y le susurró:
—No te desesperes. Los niños crecieron sin ti desde que nacieron, necesitan tiempo para acostumbrarse.
Tatiana sintió que algo se le partía en el pecho.
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