Margarita se aferraba a la cintura de Valeriano, rodeada por los tulipanes que ella misma había plantado, componiendo una imagen tan perfecta que parecía sacada de un cuadro.
Tatiana no pudo evitar reírse con sarcasmo.
Observó cómo Valeriano apartaba con suavidad a Margarita, sacando de su bolsillo el labial que ella había dejado olvidado y se lo entregaba.
Intercambiaron unas palabras, y Margarita, de puntitas, intentó besarlo. Tatiana, asqueada, ya no soportó ver más y se apartó de la ventana, arrastrando los pies hasta el vestidor.
El vestidor era amplio; su ropa estaba ordenada a un lado, la mayoría eran vestidos en tonos lisos, con esa apariencia tranquila y serena.
A Valeriano le gustaba verla de colores neutros.
La verdad, esos colores no le agradaban. Solo los usaba porque Valeriano le había dicho alguna vez que se veía linda con vestido blanco… así que ella solo buscaba complacerlo.
Tatiana se sintió ridícula.
Abrió el compartimiento secreto del clóset, donde guardaba su credencial, pasaporte, tarjetas bancarias, dos celulares y un sobre abultado de documentos.
Al ver la portada con el sello de la Universidad de San Martín, sintió una punzada en el pecho.
Solo le echó una mirada y desvió la vista de inmediato.
Ese sobre guardaba lo que nunca pudo enviar, su mayor arrepentimiento en todos estos años…
Sacó uno de los celulares y lo desbloqueó, revisando la lista de contactos.
Por suerte, todos seguían ahí.
Marcó el número de su mejor amiga, Evelyn Valdés.
No había terminado de sonar el primer timbre cuando la otra contestó de inmediato.
La voz de Evelyn temblaba de pura emoción.
—¿Tati? ¿Eres tú? —antes de que Tatiana pudiera decir algo, Evelyn ya había soltado toda su artillería—. Te advierto: si no eres mi Tati preciosa y resulta que eres ese infeliz de Valeriano molestándome mientras duermo, mañana me lanzo a Twitter a destruirte. ¡Mis ochenta millones de seguidores no son broma!
Tatiana soltó una carcajada, sintiendo ese calorcito en el pecho que tanto extrañaba.
—Evelyn, soy yo.
En la línea hubo un silencio repentino. Pero Tatiana conocía demasiado bien a Evelyn; alejó el celular de su oído y en su mente contó: tres, dos, uno…
—¡Aaaah! —Evelyn pegó un grito que casi le revienta el tímpano—. ¡Tati, mi reina! ¡Por fin despertaste! ¡Te extrañé tanto! ¿Estás en el hospital o en tu casa? ¡Pásame la dirección y ahorita mismo me lanzo a abrazarte!
Tatiana también moría por ver a su mejor amiga, pero todavía no era el momento.
—Evelyn, por ahora no puedo verte. Pero necesito que me ayudes con dos cosas.
—¡Dime qué necesitas! —Evelyn contestó con ese tono chispeante tan suyo—. Si quieres, contrato a alguien para que le parta la cara a ese desgraciado de Valeriano. ¡Él fue quien te dejó cinco años en coma, ¿no?!
Eso sí era una amiga de verdad…
Tatiana sonrió en silencio, pero enseguida fue al grano.
—Evelyn, ¿puedes investigar todo lo que puedas sobre Margarita, la secretaria de Valeriano? Lo más detallado posible.
—Perfecto. Desde que entraste en coma, Valeriano no se ha presentado en ningún evento público sin esa tal Margarita pegada a él. Siempre anda vestida igualito que la señora Ruiz, ya me tenía harta.
Ese nombre era imposible de olvidar.
Incluso el recuerdo de aquel tipo, con esa cara tan atractiva y un aire de peligro, estaba grabado en su memoria.
La última vez que vio a Yael fue hace siete años, en el aeropuerto.
Valeriano la había llamado justo cuando iba a abordar el vuelo. En el último momento, se dio la vuelta sin pensar, y Yael fue el único que intentó detenerla.
Él se le plantó enfrente, alto y delgado, bloqueándole la luz del atardecer. Su rostro de galán, con la sombra dorada de la ventana, hacía que sus ojos negros parecieran aún más profundos y oscuros.
Yael era de esos tipos que siempre se mostraban despreocupados, con una actitud distante, como si nada le afectara. Tatiana nunca lo había visto perder la compostura.
Pero aquel día, recordó muy bien la mirada con la que él la observó.
En esos ojos densos como lagunas, vio reflejado su propio rostro.
Recordaba perfectamente la última frase que Yael le dijo:
—Tatiana, ¿segura que vale la pena?
La miró desde arriba, con esos labios finos apretados en una línea filosa.
Aquella vez, Tatiana no respondió. Simplemente pasó junto a él, llevándose por delante todo, decidida a lanzarse al abismo sin mirar atrás.
Pero ahora, finalmente podía contestarle.
Tatiana miró su reflejo en el espejo: pálida, demacrada, pero con la mirada firme. Y en silencio, pensó: No valió la pena. Pero Yael, los errores que cometí, yo misma los voy a arreglar.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Coma, Drama y Karma