La noche caía en el otro extremo de la ciudad, y las luces de neón brillaban con intensidad.
Club Serenidad.
El club privado más exclusivo de Silvania. Yael salió caminando con las manos en los bolsillos, balanceando un sobre de documentos con la otra mano.
La camisa negra desabrochada al cuello, su actitud despreocupada y la rebeldía en sus gestos lo hacían ver como el típico hijo de familia adinerada que no le teme a nada.
Un auténtico consentido de la fortuna.
Herminio, quien lo esperaba junto al carro, se acercó de inmediato.
—Señor Fuentes.
Llevaba siete años trabajando para Yael y solo con ver su expresión, supo que el negocio de esta noche ya estaba cerrado.
Yael le aventó el sobre sin mucho interés.
Dentro estaban el veinticinco por ciento de las acciones de Farmacéutica Claridad.
—Desde hoy, Farmacéutica Claridad ya lleva el apellido Fuentes —dijo, torciendo la boca en una media sonrisa. Aunque su voz sonaba floja como siempre, había un aire de arrogancia imposible de ocultar—. Mía. De Yael Fuentes.
Herminio soltó una risa nerviosa.
—Mañana, cuando el señor Saúl se entere, seguro se va a infartar. Esa farmacéutica la estuvo persiguiendo medio año y nunca pudo hacerse de ella... Pero, señor Fuentes, ¿no que usted nunca se metía en el negocio farmacéutico aquí? ¿Qué le llamó la atención de Farmacéutica Claridad ahora?
Yael lo miró de reojo, y de inmediato sintió la presión de su jefe, como si algo pesado lo aplastara.
Un escalofrío recorrió la espalda de Herminio, bajó la cabeza sin pensarlo.
—Perdón, señor Fuentes, me pasé de la raya.
Apuró el paso y abrió la puerta trasera del carro para Yael, recordando algo más.
—Señor Fuentes, ya está todo listo en el hospital. La planta donde está la señorita Molina tiene apagados los monitores y los ascensores. Puede ir directo cuando guste.
En los últimos años, Yael vivía fuera del país. Cada vez que regresaba, lo hacía de manera discreta y apenas se quedaba unos días, solo el tiempo justo para lo necesario.
Pero nunca fallaba en una cosa: cada vez que volvía, visitaba Silvania para ir a ver a una mujer en el hospital.
Para ser exactos, una mujer en estado vegetativo.
Herminio, dominado por la curiosidad, una vez se atrevió a preguntarle:
‘Señor Fuentes, esa señorita Molina, ¿quién es para usted?’
En ese momento, Yael leía unos papeles, sin levantar la mirada, y solo contestó con desdén:
‘Una tonta.’
Herminio estuvo a punto de decirle: ‘¿Y esa tonta es tan importante que cada año cruza el mundo solo para verla?’
Pero jamás se atrevió.
Sin embargo, esa noche, Yael rompió la costumbre.
—Ya no hay necesidad de ir.
—Valeriano, ¿ya terminaste todo?
—Sí —respondió él, sin inmutarse.
Se acercó a la cama y le acarició la cara con una ternura ensayada.
—¿Por qué no duermes? ¿Te desperté?
Tatiana vio la marca fresca de labial rojo en el cuello de su camisa blanca. Pudo imaginarse la escena: Margarita besándolo con pasión, restregándose contra él como una gatita.
—Duerme, Tati, descansa —le susurró Valeriano, inclinándose para darle un beso de buenas noches.
Tatiana percibió el perfume de Margarita impregnado en su piel.
¿En serio quería besarla después de besar a otra?
—Ugh… —No pudo contener el asco, empujó a Valeriano y empezó a vomitar en seco.
—¿Qué pasa, Tati? —Valeriano fingió estar preocupado—. ¡Voy a llamar a Jorge ahora mismo!
Esa preocupación era puro teatro… Como si en verdad fuera el esposo perfecto.
Solo una ciega podría no notar el desprecio que cruzó por su expresión.
Tatiana, por dentro, solo podía admirar la habilidad de Valeriano para mentir.
—No hace falta, Valeriano —dijo cuando logró calmarse. Tanteó la tela de la camisa de él y la apretó con suavidad—. Solo me dio un poco de náusea… creo que tengo hambre.

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