— Señor Lorraine que agradable volver a verlo, no sabía que estaba de nuevo en la ciudad.
— Llegué hace tan solo una semana.—Explicó con una suave sonrisa que no parecía realmente genuina, más bien parecía fingida… amabilidad que tenía tan ensayada que era difícil notarla, a no ser que su interlocutor lo conociera muy bien.
— Y muy bien acompañado, como siempre.—El hombre no dudó en barrer exhaustivamente con la mirada, de arriba a abajo el cuerpo de la chica hasta que Marius carraspeó y lo fulminó con la mirada por descarado, provocando la posesividad del francés, él era el único que tenía derecho a aquello, a repasarla de ese modo.
— ¿Su mesa de siempre?
— Esa será perfecta, pero no hace falta que nos acompañe, yo mismo conozco el camino.
Y antes de que pudiera responder, llevó un brazo tras la cintura de la joven, acercándola levemente a su cuerpo y haciéndola caminar hasta una de las mesas del fondo, la que estaba justo al lado del ventanal que daba a los campos.
— Ese imbécil...— murmuró sintiendo como algo que no había sentido en mucho tiempo, le empezaba a invadir, celos, si, sin duda, eran celos, pero no solo eso. También tenía ganas de proteger aquello que consideraba suyo.
Retiró la silla y le indicó a la joven que se sentara, ella era tan distinta, tan pura que odiaba que la observaran y tratarán como a las demás, cuando ni él mismo lo hacía, era su diamante en bruto, suya.
Noelia aceptó la invitación a comer que Marcus le ofrecía, ella también quería saber un poco más sobre ese hombre, además, sus amigas le habían dejado claro que al prestar sus servicios como sugar baby significaba ser también una buena oyente, acompañante, e incluso, en ocasiones, una especie de terapeuta, que no todo se trataba de sexo.
Sin embargo, se sintió incómoda e intimidada ante la mirada del maitre. Era una mirada tan descarada y llena de prejuicios que ella se colgó un poco más del brazo de Marius, casi estuvo a punto de decirle si podrían ir a otro lugar, más al escucharlo hablar y sentir que él de algún modo la protegía, un sentimiento extraño de seguridad la embargó, no dijo nada y solo se limitó a seguirlo notando como la confianza en el crecía y esa sensación de sentirse protegida a su lado se le hacía agradable.
—¿Estás seguro de que quieres comer aquí? Yo no encajo mucho en este tipo de lugares...— mencionó Noelia algo avergonzada, mirando disimuladamente a su alrededor y sintiendo que la ropa que llevaba estaba por debajo incluso de la de los meseros.
— Por supuesto que encajas, quien no encaja es ese metre indiscreto, creo que es hora de darle una lección.—Aseguró sacando su teléfono móvil y escribiendo un mensaje rápidamente para después guardarlo, estando seguro de que no tardarían mucho en tener una visita.— El buen servicio, mira, escucha y sobre todo calla, jamás juzga a sus clientes y mucho menos a sus acompañantes, se hace invisible y solo cuando se le necesita está ahí.
Ella sonrió por sus palabras, al fin y al cabo solo lo que Marius opinaba tenía que importarle, ella no conocía a esa gente y posiblemente, tras lo de su aventura sugar, jamás los volvería a frecuentar. No dijo nada, pero seguía persistiendo en ella el pensamiento que todo mundo la juzgaría si supiera que ella estaba ahí como una sugar baby, empezó a jugar con el borde de una de las servilletas nerviosa.
Cuando se acercó el camarero, otro distinto, porque Marius había dejado dicho que no quería que ese hombre se les atendiera, le pidió un par de cócteles de gambas de primero y una parrillada de mariscos de segundo.
— Espero que te guste el marisco — murmuró inclinándose levemente hacia ella, contendiéndose de no tocarla en el instante en que el camarero se marchó de allí tras tomarles nota — Es afrodisíaco.
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