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Cómo Deshacerse de una Familia en 10 Lecciones romance Capítulo 19

Valeriano se puso frente a Matilde, protegiéndola, y al oír que su hermano y Patricio estaban platicando, se acercó también.

—Hermano, la verdad es que ella sólo está buscando problemas. Si le damos una lección, seguro que se calma. Y aunque el chofer de hace rato sea de la familia Ríos, ¿y eso qué? Mariana apenas llegó allá, ¿de verdad crees que la familia Ríos va a mover un dedo por ella?

—Además, ese señor de la familia Ríos ya está a punto de morir, ¿quién se va a preocupar por ella? Que la hayamos aceptado de nuevo en la casa ya es suficiente; encima todavía se atreve a hacer enojar a mamá y a mi hermana —soltó Valeriano, furioso.

Al recordar la mirada decidida de Mariana de hace un momento, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Siempre lo había tratado como si fuera lo más grande, y ahora se animaba a levantarle la voz. Eso le dejó un sabor amargo, como si le hubieran dado una cachetada delante de todos.

—Aunque queramos ponerla en su lugar, hoy no es el día. Si ese chofer llega a contar algo, aunque la familia Ríos no diga ni pío, nosotros vamos a quedar mal parados —comentó Santiago, con la cabeza fría.

Después de todo, él era el heredero de Grupo Salinas, encargado de varios negocios familiares; tenía la mirada puesta en el futuro, como todo buen negociante.

—¡Hermano! ¡Tus lentes! ¡Ella te los rompió! ¿No te dolió? Ven, déjame soplarte tantito —lloriqueó Matilde.

Entre sollozos, se agachó para recoger los lentes que Mariana acababa de pisotear.

Al intentar tocarlos, sin querer se pinchó con uno de los fragmentos.

—Ay, me lastimé —murmuró, apartando la mano al ver que de su dedo salía una gota de sangre, roja y brillante.

Con los ojos llenos de lágrimas, levantó la mirada y susurró, con la voz temblorosa:

—Es mi culpa, yo fui la que falló. Si yo me hubiera casado, mi hermana no se habría peleado con ustedes.

—Pero, aunque me odie, ¿por qué tiene que desquitarse con mi hermano y con mamá? —murmuró Matilde, la voz apenas audible.

A medida que hablaba, su cara se ponía más pálida, como si se le escapara la vida. Miraba su dedo herido con una sensación de impotencia, y las lágrimas le caían sin parar.

Los demás no pudieron evitar sentir compasión, rodeándola de inmediato.

—Tranquila, Matilde, no llores. La que está mal es Mariana, no tú.

—Rápido, hay que vendarle el dedo.

Capítulo 19 1

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