Era bien sabido por todos que la familia Ríos era una de esas familias de abolengo, tan ricas que parecían tener más dinero que el propio gobierno. Los regalos de compromiso que enviaron, ni falta hacía contarlos para saber que valían, por lo menos, cientos de millones de pesos.
En otros tiempos, una familia como los Salinas jamás habría tenido la oportunidad de emparentar con los Ríos.-
Sin embargo, el abuelo de Matilde y el abuelo de Adrián fueron compañeros de batalla en su juventud, y después de haber sobrevivido juntos a situaciones límite, prometieron verbalmente casar a sus nietos.
En principio, la familia Salinas tenía la intención de cumplir el acuerdo: querían que Matilde se casara con Adrián. Pero justo cuando planeaban formalizar el compromiso, el patriarca de la familia Ríos cayó gravemente enfermo; los rumores decían que ya no le quedaba mucho tiempo de vida.
¿Quién en sus cinco sentidos permitiría que Matilde se casara para enviudar tan pronto? Fue entonces que, tan solo siete meses atrás, la familia Ríos encontró por fin a su hija biológica, que se había perdido hacía años. Y en ese preciso momento, vieron la oportunidad perfecta para aprovecharlo.
Si lograban que ella se casara con Adrián, aunque quedara viuda al poco tiempo, al menos los Salinas podrían beneficiarse. Así no solo no ofendían a la poderosa familia Ríos, sino que salían ganando por todos lados. Tras pensarlo bien, decidieron empujar a Mariana hacia el matrimonio.
...
—¿Y a ti qué te pasa? ¡Obvio que vine a llevarme lo que es mío! —Mariana arqueó una ceja, la sonrisa apenas se le contenía en los labios.
Ver la cara de frustración de los presentes, que morían de ganas por detenerla pero no se atrevían porque los hombres de la familia Ríos estaban ahí, le daba un placer indescriptible.
—¿Qué, acaso pretenden quedárselo para ustedes? No me digan que les llamó la atención lo que trajo la familia Ríos y ahora quieren apropiárselo —añadió Mariana, haciéndose la inocente—. Ah, ya entendí... Ustedes están menospreciando a la familia Ríos y quieren aprovecharse de mí, ¿verdad?
En cuanto terminó de hablar, todos los guardias que estaban moviendo cajas se voltearon de inmediato a mirar a los Salinas.
El maquillaje de Carolina parecía derretirse del coraje, la rabia desbordaba en sus ojos y apenas podía hablar de tanto que apretaba la quijada.
—Si los Ríos te lo dieron, llévatelo —gruñó entre dientes.
—¡Pues que se apuren! ¡Quiero todo fuera de aquí! —ordenó Mariana con un gesto de la mano.
Los guardias, sin perder tiempo, comenzaron a cargar de nuevo las noventa y nueve cajas de regalos, metiéndolas al carro.
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