Ella no volvió a mirar a Adrián ni una sola vez, simplemente se dio la vuelta, clavó la mirada en el mayordomo, que seguía con la boca abierta, y dijo:
—¿Dónde está mi habitación? Por favor, llévame.
Aunque estaba en territorio de la familia Ríos, Mariana se movía con una naturalidad impresionante, como si aquel lugar fuese suyo, sin mostrar ni un poco de esa timidez de quien está a merced de otros.
El mayordomo, despabilado por sus palabras, levantó la vista hacia Adrián. Al ver que Adrián asentía con la cabeza, su actitud cambió de inmediato y respondió con cortesía:
—Señorita, por aquí.
Dicho esto, tomó la delantera y guió a Mariana hacia el otro extremo del pasillo.
Adrián permaneció de pie, con las manos atrás, observando cómo se alejaba. Por un momento, la siguió con la mirada, hasta que finalmente bajó la vista hacia la camisa destrozada que ella acababa de romper. Sus ojos se posaron sobre su propia piel.
No había ninguna herida abierta, ni rastro de sangre, ni ese hedor amargo que tantas veces lo había atormentado. Incluso el dolor que lo devoraba desde dentro parecía haberse esfumado. Sin embargo, en el momento en que ella presionó sus dedos contra su pecho, su corazón casi se detuvo.
—¿La hija de la familia Salinas? —murmuró Adrián con voz ronca. Luego de quedarse pensativo unos segundos, añadió—: Esto se está poniendo interesante.
...
Benito apareció dando grandes zancadas y preguntó en voz baja:
—Señor Ríos, ¿cómo se siente ahora?
Adrián bajó la mirada de nuevo a la camisa rasgada, repasando con la vista las marcas que los dedos de Mariana habían dejado sobre su pecho. El malestar que había estado revolviéndose dentro de él, como un torrente de sangre queriendo escapar, parecía haber quedado reprimido.
—Está bajo control —contestó Adrián, con voz grave.
El brillo de duda cruzó los ojos oscuros de Benito, quien miró hacia la dirección en la que Mariana se había ido, como si estuviera pensando en voz alta.
—¿Bajo control? ¿Pero cómo puede ser? Hasta los mejores médicos dijeron que esa cosa no se puede controlar... ¿Cómo lo logró ella? ¿Será que eso de la boda relámpago sí funcionó? —Benito no podía creerlo.
La enfermedad de Adrián era como tener espinas enterradas en el cuerpo. Cada día, sentía como si algo dentro de él, una especie de veneno, se agitara y terminara por romperle la piel desde adentro. Terminaba cubierto de llagas, sangrando sin parar.
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