C12-VAULT_042
El auto negro se detuvo frente a la gran mansión rodeada por jardines impecables. Las luces del pórtico iluminaban la entrada con ese brillo frío y elegante que caracterizaba a la familia Stanton. James salió del vehículo con movimientos medidos, ajustó su chaqueta y, sin mirar al empleado, le lanzó las llaves con un gesto despreocupado.
—Señor, su padre lo espera en el estudio —anunció el hombre.
James solo asintió y subió los escalones de mármol, pero antes de llegar al corredor principal, dos pequeñas voces rompieron la quietud.
—¡Tío James! —chilló una de las niñas corriendo hacia él. Una era rubia, de ojos azules y sonrisa traviesa y su nombre era Lottie, y justo detrás de ella venía Daisy, igual de pequeña pero con el cabello oscuro y una mirada más tímida. Ambas tenían seis años y eran gemelas idénticas.
James se detuvo y se agachó para pellizcarles suavemente las mejillas.
—Vaya, parece que crecieron una pulgada desde la última vez... aunque siguen haciendo las mismas travesuras.
Las niñas soltaron una risita encantada, felices de verlo.
—Sí tío, pero la broma del pastel no le gustó a mamá.
James hizo un mohín.
—No me extraña, su madre siempre fue la más aburrida de los tres. Pero... pensaremos en algo mejor, algo que... la haga sonreír de verdad.
Las niñas soltaron risitas cómplices y en ese momento apareció Olivia al pie de la escalera. Estaba en sus treintas, pero usaba el cabello recogido en un moño elegante y llevaba un vestido negro, simple y sofisticado.
—Así que fuiste tú el de la idea, ¿no? —comentó acercándose.
James se enderezó y se acercó para abrazarla.
—¿Cuándo piensas quitarte ese luto? —preguntó omitiendo la respuesta que estaba seguro ella sabía—. No te queda bien con esa cara tan bonita.
Olivia bajó la mirada, su voz se volvió un murmullo quebrado.
—James, apenas han pasado dos meses...
Él soltó un bufido, como si la compasión le costara, pero en realidad odiaba ver a su hermana como una muerta en vida.
—Y seguirán pasando hasta que te encierres por completo. Deberías vivir, no vestirte como si te hubieras muerto con él.
Ella parpadeó varias veces, intentando contener las lágrimas.
—Aún debo... procesarlo.
Él ladeó la cabeza con un gesto de impaciencia, pero no dijo nada. Entonces otra voz resonó desde el fondo del corredor.
—Oh, aquí estás. —Lucien, su padre, apareció en el umbral del estudio, alto, imponente a sus casi setenta, tenía el cabello gris perfectamente peinado y la misma mirada de hielo que había heredado su hijo—. Vamos, entra. Es importante.
James giró levemente, hizo una mueca de resignación y besó la frente de su hermana antes de apartarse.
—Dios... no sé cómo mamá lo aguanta —murmuró mientras se alejaba—. Y hazme caso, hermana, no entierres tu vida junto a la suya.
Ella solo lo miró irse con un nudo en el pecho y James avanzó por el corredor hasta el despacho, donde la puerta se cerró tras él con un sonido grave. Al entrar, su rostro volvió a endurecerse: el hermano protector se desvanecía, y quedaba el hombre frío que siempre debía ser.
Sobre el escritorio, varios documentos estaban abiertos y su padre cruzó los dedos antes de hablar.
—Tenemos un contratiempo —dijo sin rodeos—. Un envío desde Róterdam no llegó. La carga se desvió y alguien interceptó la ruta. Quiero saber quién está filtrando los itinerarios.
James se acomodó en el sillón frente a él, cruzando una pierna sobre la otra.
—Ok, déjalo en mis manos, lo resolveré esta noche.
Lucien lo observó en silencio, conocía a su hijo como la palma de su mano y sabía que algo pasaba.
—Te noto raro. ¿Qué te pasa?
—¡La puta que enviaste para mí me robó! —soltó James sin pensarlo—. ¡¿De qué maldita agencia es?!
Hubo un silencio breve y luego la voz de su padre se volvió gélida.
—¿De qué diablos hablas? Yo no envié a nadie.
James se quedó inmóvil y todo el color se le fue del rostro.
—No... no puede ser... ella... —murmuró, pasando una mano por el cabello—. ¡CARAJO, NO PUEDE SER!
Lucien se levantó de la cama, caminó hasta el balcón para no despertar a Grace, que dormía al otro lado y siseó.
—James, ¿qué demonios pasó? Dilo ya.
Él tragó saliva, sabiendo que no había salida.
—Me robaron el Vault_042.»
De regreso en el despacho, James clavó la mirada en la ventana y Lucien se acercó y lo miró de frente.
—Dime que no volviste a hacer una estupidez.
James se limitó a exhalar despacio.
—No, padre. Esta vez no.
—¿Entonces qué es lo que te pasa?
—Ella despertó, papá... Katerina Langley finalmente despertó.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA