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CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA romance Capítulo 16

C16-SE VIENE A CASA CONMIGO.

Más tarde ese día, Katerina estaba sentada en la cama, con el cabello recogido de forma descuidada, y los ojos hundidos por el cansancio. Frente a ella, James y a su lado, dos abogados de traje oscuro que esperaban instrucciones.

Uno de ellos colocó una carpeta gruesa sobre el carrito metálico junto a la cama.

—Vamos a proceder —dijo el abogado principal, abriendo la carpeta con calma profesional—. Este documento establece los términos del acuerdo prenupcial y de custodia compartida del menor, Arthur Stanton.

Eva, la asistente de Kate, quien estaba en un rincón, con las manos entrelazadas y el rostro pálido, no se atrevía a interrumpir. Katerina respiró hondo y miró los papeles como si fueran armas apuntándole.

—En resumen, la señora Langley recibirá un estipendio mensual por manutención, vivienda y atención médica. No obstante, toda decisión relevante respecto al menor requerirá aprobación expresa del señor Stanton.

Cada palabra le pesaba como una piedra y cada cláusula era una cadena a su vida. Aun así, Katerina firmó la primera página, luego la segunda, y la tercera. La pluma temblaba entre sus dedos, y el sonido del trazo sobre el papel era el único ruido en la habitación. Por su parte, James no decía nada, pero su mirada se mantenía fija en ella, en cada parte de ella.

Y cuando llegó a la cláusula número quince, su pulso se detuvo. Era un párrafo largo, escrito con precisión legal, pero bastaba una línea para entenderlo: cualquier intento de apelación o revisión del acuerdo significaría la pérdida inmediata de custodia.

Katerina levantó la vista.

—Esto… —murmuró—. Esto es demasiado.

James se movió entonces, con lentitud estudiada y se inclinó junto a ella. El perfume de su colonia, el calor de su cuerpo y su respiración cerca del oído la hicieron tensarse por completo.

—¿Algún problema, Katerina? —susurró frío—. No te preocupes, podemos terminar esto aquí y Arthur... —él le acomodó el cabello deliberadamente y su toque la estremeció—. desaparecerá de tu vida para siempre.

Ella se quedó inmóvil, con el corazón golpeándole el pecho. Quiso apartarse, pero él tomó su mano con fuerza, guiándola hacia el papel y aunque su piel de él estaba fría, su contacto ardía.

—Firma —ordenó, sin levantar la voz.

El trazo final fue lento, humillante y Katerina lo sintió como una sentencia. Cuando terminó, soltó la pluma con los dedos rígidos, evitando mirarlo.

James tomó la carpeta, cerrándola y se enderezó. Luego la observó con un rostro inexpresivo, pero sus ojos brillaban con un destello de satisfacción, como el de alguien que ha conseguido algo que quería.

—¿Está satisfecho? —preguntó ella, su voz ronca, pero con un hilo de orgullo que se negaba a morir.

Él hizo una mueca divertida y cínica.

—Es un comienzo, ah y la boda es en dos semanas. Prepárate.

Se giró, dio una breve orden a los abogados y salieron juntos de la habitación. La puerta se cerró con un clic preciso, dejando un silencio opresivo. Katerina se quedó quieta, conteniendo las lágrimas y fue cuando Eva se acercó con los ojos húmedos.

—Katerina, esto… esto está mal, sé que me dijiste que no, pero... tengo que decir a Kate, ella...

Antes de que Katerina pudiera responder, la puerta se volvió a abrir. James regresó, sin prisa y sostenía su teléfono en una mano. Sus ojos, fríos como acero, se clavaron en Eva. No dijo una palabra, pero fue suficiente para congelar el aire y Eva retrocedió un paso, bajando la cabeza.

—No obligo a nadie, ¿qué cosas dices? Katerina y yo somos adultos e hicimos un trato beneficioso para nuestro hijo, Kate no tiene nada que opinar.

—Pero...

—Tu familia pagará los platos rotos, Eva... ¿Entiendes la consecuencia de tu... lealtad?

Eva lo miró, con los ojos grandes y llenos de miedo. Porque Kate también había hecho su investigación y los Stanton se movían en círculos exclusivos, unos a los que ni siquiera Kate tenía acceso.

—Usted no puede… —susurró, intentando reunir algo de valentía.

Pero James sonrió con esa misma expresión helada que le borraba cualquier rastro de humanidad.

—Puedo. Y lo haré, por el bien de mi hijo.

Ella sintió que el corazón se le encogía. Tragó saliva y asintió lentamente, bajando la cabeza y guardó el teléfono con torpeza.

James observó el gesto con satisfacción. Luego, suavizó el tono, fingiendo una cordialidad falsa.

—Buena chica —murmuró, pasando un brazo por sus hombros con un gesto que pretendía ser amistoso, pero que pesaba como una amenaza—. Ahora ve a ayudar a mi prometida a empacar. Se viene a casa conmigo esta noche.

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