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CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA romance Capítulo 17

C17-HOLA ARTHUR... SOY MAMÁ.

El cielo del atardecer se teñía de tonos ámbar cuando el Rolls-Royce negro se detuvo frente a la mansión Stanton. Era una estructura de piedra clara, enorme, silenciosa, con columnas y ventanales que parecían observarlo todo.

Katerina bajó del auto y el aire frío le golpeó la piel haciéndola estremecer. Miró la mansión con el corazón apretado; porque no vio un hogar, sino una fortaleza. Sintió miradas desde las ventanas, sombras tras los cortinajes, y por un momento pensó que la casa misma respiraba, expectante, dispuesta a devorarla.

James rodeó el vehículo y se colocó a su lado. No dijo nada, solo le ofreció su mano, un gesto casi automático, pero cargado de esa autoridad tranquila que no necesitaba palabras para imponerse. Katerina dudó un segundo antes de tomarla y cuando lo hizo su tacto era firme, helado, tan seguro que la hizo sentir más vulnerable que nunca.

Caminaron en silencio hasta la entrada principal, donde las puertas se abrieron sin que él tocara el pomo. Dos empleados los recibieron con una reverencia discreta y cuando Katerina cruzó el umbral, se encontró con un vestíbulo de mármol blanco y gris, un techo alto decorado con molduras doradas y una escalera de caracol que ascendía como una espiral infinita. Todo olía a limpieza, a dinero y a poder.

Sus pasos resonaban sobre el piso pulido, pero nadie hablaba, solo se oía el tictac profundo de un reloj antiguo y el eco de su respiración nerviosa. James avanzó con la misma calma implacable de siempre, guiándola por los pasillos mientras ella intentaba mantener la cabeza erguida, pero por dentro el miedo le quemaba el estómago. Cada rincón le recordaba que allí no pertenecía y cada mirada furtiva de un empleado le confirmaba que todos sabían quién era: la intrusa, una esposa impuesta, la mujer que había robado algo más que un apellido.

Finalmente, James se detuvo frente a una puerta doble.

—Tus aposentos —dijo, abriendo la boca por primera vez desde que bajaron del auto, sin mirarla—. Tendrás todo lo que necesites, las cenas son a las ocho en punto y no se toleran tardanzas.

Su tono era impersonal, medido, como si estuviera dictando una orden militar.

Katerina asintió conteniendo el impulso de responder. Pero antes de que pudiera moverse, él giró hacia ella, acercándose lo suficiente como para que el aire entre ambos desapareciera y, con una naturalidad inquietante, levantó una mano y le ajustó el cuello de la chaqueta. Al hacerlo, sus dedos rozaron su clavícula de forma lenta, casi con pereza.

Ese simple contacto fue eléctrico, removiéndole todo, tanto que Katerina se apartó de un salto, ya respirando agitadamente.

—No me toque —murmuró, con un temblor que no logró ocultar.

James arqueó una ceja, divertido.

—Tendrás que acostumbrarte al contacto, esposa. Es parte del trato. —Sus ojos bajaron un instante hacia su cuello, y la intensidad de esa mirada la dejó sin aire—. No todo será firmar documentos y posar para las apariencias.

Ella lo observó con rabia contenida, pero él continuó, sin darle espacio para hablar.

—Aunque claro... —añadió con una sonrisa que parecía tallada a propósito para herir—. Tal vez sea mejor que sigas con esa amnesia selectiva tuya. Muy conveniente olvidar lo que uno hace... o con quién lo hace.

El golpe de sus palabras fue peor que cualquier amenaza y Katerina sintió la garganta cerrarse. Quiso responder, pero su cuerpo no obedecía. James la miró un segundo más, disfrutando de su desconcierto, antes de girar la perilla y abrir la puerta.

La condujo hacia la habitación del niño y la puerta se abrió con un leve chirrido, donde una mujer de cabello recogido, con uniforme impecable, se hizo a un lado.

—Acaba de despertarse de la siesta, señora. Tómese su tiempo —dijo la niñera, con una sonrisa medida.

Katerina asintió sin responder, pero su respiración era corta y su corazón golpeaba con fuerza bajo su ropa. Dio un paso hacia el interior.

El lugar parecía sacado de un sueño. Las paredes estaban pintadas con tonos suaves, animales sonrientes y cielos estrellados. Desde el techo colgaban móviles de lunas y nubes que giraban lentamente con una música tenue. En el centro, una cuna de madera tallada brillaba bajo la luz cálida de una lámpara. Todo era perfecto, demasiado perfecto.

Katerina se acercó despacio, casi podía oír su propio pulso en los oídos. Cuando se detuvo, dentro de la cuna, Arthur estaba despierto. Se chupaba el puño, mirando hacia el techo con una serenidad casi hipnótica por sus ojos azules.

Ella fue incapaz de moverse por un segundo, pero luego extendió una mano temblorosa y le tocó la mejilla con las yemas de los dedos. Como si la reconociera, el bebé giró la cabeza hacia ella y, sin dudar, envolvió su dedo con su diminuta mano.

Todo su mundo se detuvo.

—Hola, mi amor... —susurró con la voz quebrada, mientras una lágrima escapaba sin permiso—. Hola, Arthur... soy mamá.

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