C21- PESADILLA.
Katerina dormía, pero su cuerpo no descansaba. Su frente estaba húmeda, sus dedos apretaban las sábanas y su cabeza se movía de un lado a otro. En su mente, todo era caos: veía a Leo llevándola a la casa de Santiago, y luego el disparo, el cuerpo cayendo frente a ella.
—No... por favor... no quiero... no quiero... —murmuraba entre sueños.
James abrió los ojos. Tenía el sueño ligero, y esos sonidos le atravesaron la calma. Se incorporó despacio, frunciendo el ceño, y durante un segundo pensó en ignorarla. Sin embargo, la forma en que su respiración se quebraba lo obligó a moverse.
Así que se inclinó hacia ella y apoyó una mano sobre su hombro.
—Katerina, despierta.
Ella no reaccionó, porque seguía agitada, perdida en la pesadilla.
—Santiago... —dijo de repente, con un tono entre súplica y terror.
El nombre lo golpeó de lleno, haciéndolo tensarse. El pecho le ardió, y no sabía si era rabia o celos, pero lo sintió.
—¿Quién demonios es Santiago? —murmuró, irritado.
Ella se agitó más, así que la tomó por los hombros.
—Katerina. ¡Katerina!
Sus ojos se abrieron de golpe, y ella respiraba rápido, con el corazón latiendo como si hubiera corrido. Tardó en reconocerlo.
—Tranquila —dijo él, sin soltarla todavía—. Solo fue una pesadilla.
Katerina lo miró, todavía aturdida, y asintió.
—Yo… yo… lo siento —murmuró, llevándose las manos al rostro—. No quería…
—No tienes que disculparte —la interrumpió, bajando la vista a sus dedos, que aún temblaban—. Estás segura aquí.
Esa palabra, "segura", sonó extraña saliendo de él. Era casi una ironía, dado su carácter, y cuando notó que seguía tocándola, retiró la mano despacio, aunque no apartó la mirada.
—¿Fue sobre el accidente? —preguntó, sin pensar.
Katerina se tensó y recordó el sueño y el nombre: Santiago. Pero no podía decirlo, así que negó rápido.
—No lo recuerdo...
Él la observó un momento en silencio. Quiso preguntarle quién era ese tal Santiago, pero se contuvo. No iba a hacerlo así, porque lo averiguaría por su cuenta. Y ese nombre tenía algo que ver con el USB; se encargaría personalmente de resolverlo.
Se levantó, buscando aire, y caminó hacia la ventana. Se quedó mirando el jardín iluminado por la luna.
—Tienes que dejar de luchar contra eso —dijo sin girarse—. Las cosas se irán aclarando.
—¿Y si no? —preguntó ella, en voz baja.
Él giró un poco la cabeza.
—Entonces te acostumbras. Nadie muere por olvidar.
Katerina lo miró desde la cama. La luz azulada lo recortaba contra la ventana, marcando su cuerpo fuerte. Se veía como una sombra viva, imponente y, al mismo tiempo, extrañamente solo.
—¿Y tú? —se atrevió a decir—. ¿A qué te acostumbraste tú?
James no respondió enseguida. Se quedó quieto, con la mirada fija en algún punto del vidrio. Luego se giró, caminó de nuevo hacia la cama y se inclinó un poco, apoyando una mano en la cabecera.
—A no necesitar a nadie —dijo al fin.
Su voz fue firme, pero sus ojos no lo acompañaban y se quedaron un instante demasiado fijos en los de ella. Katerina sostuvo la mirada sin saber si temerle o entenderlo.
Finalmente, él respiró hondo y habló más suave.
—Intenta dormir, Katerina. No pasa nada, estoy aquí.
Esa última frase se le escapó, y apenas la dijo, frunció el ceño, como si no se reconociera. Pero ella cerró los ojos, obedeciendo, y James se quedó observándola, viendo cómo poco a poco su respiración se hacía más tranquila.



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