C25-HECHICERA.
La oficina estaba iluminada solo por las pantallas y sobre la mesa se amontonaban carpetas de proveedores, registros de inventario y cajas con discos duros de las cámaras. El reloj marcaba pasadas las diez, pero nadie parecía dispuesto a irse.
—Esto es un desastre —masculló Sara, pasando páginas con frustración—. Si no encontramos una irregularidad clara, estamos acabados.
Kenyi se estiró en la silla, con los pies sobre el escritorio, y lanzó una sonrisa provocadora.
—Relájate, prima. Para eso tienes a tu maridito millonario, ¿no? Él mueve un par de hilos y abracadabra, problema resuelto.
Mason, que estaba de pie revisando una pantalla, giró lentamente hacia él.
—Me sorprende que aún puedas hablar con tanta confianza después de que te estampé contra el piso esta mañana.
Kenyi chasqueó la lengua y sonrió más.
—Por favor, Leclair, si no fuera porque tu esposa me detuvo, ahora mismo seguirías probando qué tan cómodo es el suelo.
—Sí, claro —replicó Mason con frialdad—. Mejor acepta que te deje sin aire; puede que sepas artes marciales, pero yo peleo rudo.
Sara levantó la mirada del papel, exasperada.
—¿Van a seguir midiendo quién tiene el ego más grande o quieren salvar la tienda?
Ambos hombres la miraron, pero ninguno respondió. Mason volvió a la pantalla y Kenyi silbó bajito, pero dejó la tensión flotando.
Un par de horas después, la atmósfera era más densa. Sara y Mason discutían junto a los registros, él con ese tono dominante que la sacaba de quicio y con su sarcasmo para no ceder ni un centímetro.
—Tu problema es que piensas como víctima —dijo Mason, con las manos apoyadas en la mesa y el cuerpo inclinado hacia ella—. Si te golpean, te defiendes. Si te sabotean, atacas. Punto.
Sara lo fulminó con la mirada.
—¿Y tú qué propones? ¿Comprar jueces? ¿Amenazar a inspectores? Tu mundo funciona a base de poder, el mío no.
Mason sonrió, inclinándose más, tan cerca que ella sintió el calor de su respiración.
—¿Sabes cuál es la diferencia entre un cazador y su presa, Sara? —su voz se volvió un murmullo peligroso—. La presa siempre cree que las reglas la protegerán. Pero yo soy el cazador...
Sara abrió la boca para responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta. La chispa estaba allí, ardiendo como siempre y Kenyi, desde la otra sala, gritó con ironía.
—¡Oigan, si se van a comer vivos, al menos apaguen las luces!
—¡Cállate! —rugieron Mason y Sara al mismo tiempo.
Kenyi se alzó de hombros y siguió en lo suyo, mientras que Mason seguía sin apartar la mirada, esa mirada que siempre parecía desnudarla.

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