C32- LA HORMA DE SU ZAPATO.
MÉXICO.
Santiago Carrera observaba la pantalla con una calma que solo era apariencia. La imagen era borrosa, pero bastaba para saber que era ella. Katerina Stanton, entraba por la puerta principal de la mansión de su nuevo esposo, llevando un vestido blanco y una sonrisa tan tranquila que a él le revolvía el estómago.
—¿Estás seguro? —preguntó sin apartar la vista.
—Sí, jefe —respondió el hombre frente a él, nervioso, sosteniendo el celular con ambas manos—. Se casó con James Stanton hace poco.
Santiago se levantó despacio, moviéndose con la precisión de un depredador y caminó hasta el bar y sirvió tequila sin mirar el vaso, sin medir. La bebida se deslizó hasta el borde, pero no derramó ni una gota. Lo alzó a la luz que se filtraba entre las persianas y su heterocromía, un ojo gris y el otro verde, brilló como el filo de una navaja.
—La muy put4... —siseó—. Se cree segura con su nuevo protector.
Bebió de un trago y el líquido ardió, pero no más que el resentimiento que le quemaba la garganta, pronto el silencio de la oficina se rompió con el estallido del vaso contra la pared y los fragmentos quedaron regados como un puñado de promesas rotas.
—Nadie me roba y vive feliz —dijo entre dientes—. Nadie.
Caminó hacia el rincón donde estaba la jaula. Dentro, un ave exótica de plumas verdes y azules se movía inquieta. Santiago abrió la puerta y metió la mano, acariciándola con cuidado, con una suavidad que no coincidía con la rabia que le vibraba en las venas.
—¿Sabes, belleza? —susurró, con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. Me gustan las criaturas que creen que pueden escapar. Porque siempre vuelven… o las hago volver.
El pájaro soltó un chillido leve cuando él cerró de golpe la puerta de la jaula y el animal se agitó, golpeando los barrotes con las alas.
Santiago lo observó un instante más, antes de tomar su pistola.
—Prepárense —ordenó a su guardaespaldas sin mirarlo—. Vamos a Londres. Es hora de que mi gatita recuerde a qué jaula pertenece.
***
Y mientras Santiago Carrera se preparaba para viajar a Londres, al otro lado del océano la mansión Stanton hervía bajo una calma fingida. Nadie lo sabía aún, pero Katerina ya estaba decidida a escapar. En ese momento se miraba al espejo de su tocador, con el cabello cayéndole suelto sobre los hombros. Había dormido poco desde la última conversación con Lucien, sus palabras seguían repitiéndosele en la cabeza como un eco que no se iba.
El USB.
Ese maldito dispositivo era su única carta de escape. Pero no podía entregárselo ni a James ni a Santiago, ninguno de los dos la salvaría y ambos la usarían.
Además de castigarla claro.
«Grayson» pensó.
Era un riesgo, pero también su única salida. Un ex SEAL no preguntaría demasiado, solo actuaría, por eso si lograba contactar con él antes de que James descubriera algo, podría sacar a su hijo del país. Se acomodó el cabello, tratando de verse entera. Pero, al mirarse al espejo, una punzada le cruzó el pecho y se llevó una mano al corazón, respiró hondo y cerró los ojos.
—Tranquila, Katerina… solo un poco más… sí… un poco más —susurró para sí misma.
Se levantó con decisión y salió del cuarto.
Abajo, la familia ya estaba reunida para la cena. Grace Stanton, impecable como siempre, daba los últimos toques a la mesa mientras Emma hablaba de algo irrelevante. Lucien observaba su copa de vino, distraído. Y James… James se levantó apenas la vio bajar las escaleras.
—Esposa —dijo con una sonrisa.
Le abrió la silla y Grace sonrió, complacida.
—Qué detalle tan caballeroso, hijo —comentó con orgullo.


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