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CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA romance Capítulo 50

C50- LO QUE HE ESTADO ESPERANDO.

En el jardín, James no soltó su cintura y su sonrisa no era dulce, sino segura, un poco ladeada; era la sonrisa de un hombre que estaba acostumbrado a ganar. Ajustó a Arthur en su otro brazo mientras el niño miraba el carrusel, completamente hipnotizado por las luces y los caballos que giraban al compás de la música.

—Mira eso —le dijo al oído a Katerina, erizándola por completo—. Todo un reino para nuestro pequeño príncipe. Ven, vamos a reclamarlo.

Caminó hacia el carrusel con Katerina aún pegada a su costado, obligándola a moverse con él. El calor de su cuerpo era una presencia constante, inquietante, y con un simple gesto de su mano, el operador detuvo el carrusel al instante.

Subió al carrusel y se sentó con Arthur en el caballo blanco más grande, el que tenía una corona dorada en la cabeza.

—Agárrate fuerte, campeón —le ordenó a su hijo con firmeza, pero sus ojos brillaban con complicidad paternal—. Los caballos de batalla no esperan a nadie.

Arthur soltó un gorjeo de pura alegría cuando el carrusel comenzó a girar y Katerina sintió un dolor agudo en el pecho. Porque ver a James con su hijo, tan protector y cariñoso, hacía que algo dentro de ella se derritiera.

Y le resultaba más difícil reconciliar esta imagen con todo lo que sabía de él.

Después de varias vueltas, James descendió del carrusel y se plantó frente a ella. Su mirada azul y penetrante la recorrió de arriba abajo.

—Te ves hermosa hoy —murmuró, acercándose tanto que podía sentir su aliento cálido contra su mejilla.

Katerina bajó la mirada y un rubor involuntario tiñó sus mejillas. Por dentro, su mente era un torbellino de emociones contradictorias. Necesitaba que él confiara en ella, que bajara la guardia. Pero cada vez que la miraba así, cada vez que la tocaba, se volvía más difícil recordar sus propias motivaciones.

—Gracias —respondió suavemente, permitiéndose apoyarse ligeramente contra su pecho.

De repente, una empleada de las que había contratado James se acercó ofreciéndose a llevarlo a los columpios y James asintió, luego volvió a fijar los ojos en Katerina.

—Ahora —dijo, y no era una petición—. Es nuestro turno.

La tomó de la mano y la guió entre los rosales del parque, lejos de las miradas curiosas. La música de la feria llegaba amortiguada hasta ellos, creando una atmósfera íntima y peligrosa.

—¿A dónde me llevas? —preguntó ella con voz suave, dejándose conducir dócilmente.

—A un lugar donde pueda tenerte solo para mí, aunque sea por unos minutos —respondió él sin rodeos.

Su mano se deslizó de su cintura a la espalda baja, presionando suavemente para unirla más a él, y la otra mano se entrelazó con la de ella y comenzó a moverse. No bailaban realmente, solo se mecían en un movimiento lento, pero hipnótico.

Él inclinó la cabeza, sus labios rozaron su sien al hablar.

—Puedes fingir que no estás nerviosa... Pero tu cuerpo no miente. Tiembla contra el mío.

Ella no respondió.

Porque en ese momento su corazón latía tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo. En su interior, una batalla se libraba. Cada caricia de James debilitaba sus defensas y hacía que olvidara por qué debía mantener las distancias.

Pero rendirse a él significaría perderse a sí misma, ¿no?

James se separó lo justo para mirarla y su sonrisa era pura arrogancia seductora y le gustó.

—Eres mía —sentenció, mientras su pulgar trazaba la línea de su mandíbula—. Lo has sido desde el primer momento en que te vi, Katerina. Desde que llegaste esa noche a mi habitación.

Ella tragó y los nervios le hicieron humedecer los labios. Él bajó la mirada y Katerina contuvo la respiración, anticipando lo que vendría.

—Quiero que te rindas a lo que sientes... —añadió, inclinándose hacia ella—. A lo que sentimos ambos... a este fuego que nos quema a los dos...

Y entonces, la besó.

El beso no fue brusco, pero tampoco pidió permiso. Fue lento, deliberado, suave pero imparable. La mano en su espalda la sostuvo firmemente, mientras la otra se entrelazaba en su cabello y James exploró su boca con una languidez que era más conquista que pasión.

Katerina sintió cómo cada uno de sus pensamientos se desvanecía bajo el roce de sus labios y el sabor a él.

Y entonces, ella perdió el control.

Un gemido ahogado se escapó de su garganta y sus manos se deslizaron por el pecho de James hasta rodear su cuello, entregándose completamente al beso. Ya no era él quien la conquistaba; era un impulso ciego, visceral, que nacía de lo más profundo de ella, tanto que se levantó de puntillas y respondió con una urgencia desesperada, besándolo con todo el fuego que había estado reprimiendo.

El fuego que él acababa de mencionar.

James gruñó, satisfecho, y por un instante, el depredador pareció sorprendido por la intensidad de su presa. Pero respondió con igual pasión, sellando ese momento de entrega total.

Y cuando finalmente se separaron, él estaba jadeante y sus ojos eran dos pozos de tormenta.

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